A los multimillonarios chilenos no les basta con levantar enormes palacios acorazados en los altos de Santiago para impregnarse de la pureza del aire precordillerano y olvidarse de la inmundicia que respira el resto de los santiaguinos.
Ahora, los privilegiados de siempre intentan robar otros climas, nuevas riberas, oxigenadas cumbres y recónditas lagunas, desde donde seguir esparciendo su fetidez.
Convirtieron la laguna Aculeo y el lago Rapel en pútridos zaguanes. Siguen botando su mierda al otrora prístino lago Pucón. Han ocupado y erigido cómodos búnkeres en torno a las orillas de los más bellos lagos chilenos. El Caburgua, el Riñihue, el Panguipulli, el Ranco, el Puyehue o el Llanquihue ya ven teñidas sus aguas con las fecas del privilegio.
Los nativos, los pobres, los de siempre sólo tienen vista a los letreros: NO PASAR, PROHIBIDA LA ENTRADA, PROPIEDAD PRIVADA, GUARDIAS ARMADOS, PERROS PELIGROSOS, CERCOS ELECTRIFICADOS.
Los privilegiados ni siquiera viven permanentemente allí. Sólo han acaparado los mejores lugares del país, como egoístas perros del hortelano. Tal vez apenas viajen en su helicóptero privado hasta esos lugares uno o dos días al año, pero ese lugar ya está vedado a las personas que siempre, desde sus antepasados, respiraron el aroma puro y libre de cada madrugada.
Imagen: Sebastián Piñera. Fotografía extraída del periódico La Tercera.
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