La palabrería mueve al mundo, lo ha construido, lo ha administrado y finalmente lo ha encauzado al vislumbrante despeñadero. Los cancilleres se palmotean con palabrerías, los amantes seducen con palabrerías, los médicos hacen diagnósticos con palabrerías, los obispos y ayatolas se soban las manos con los beneficios del embauque, los políticos con altoparlantes en el hocico atraviesan indemnes los vendavales, como los catadores de vino, los degustadores del jabalí, los capitanes del ejército, de la policía, los abusadores, los mercanchifles, los ministros de hacienda, los profesores, los publicistas, las prostitutas y los periodistas, todos seducen y mienten.
La seducción es una mentira. La mentira es una seducción. La mentira se impone ante las verdades temerosas. Las carreteras son arenitas pisoteadas, los hospitales son nichos agujereados, las luces de neón son la oscuridad enmascarada, como las tarjetas de créditos o las tartas de mil hojas. Las palabras se recogen por puñados y con ellas se hacen pastas muy vistosas que indigestan al primer bocadillo.
La seducción es una mentira. La mentira es una seducción. La mentira se impone ante las verdades temerosas. Las carreteras son arenitas pisoteadas, los hospitales son nichos agujereados, las luces de neón son la oscuridad enmascarada, como las tarjetas de créditos o las tartas de mil hojas. Las palabras se recogen por puñados y con ellas se hacen pastas muy vistosas que indigestan al primer bocadillo.
Una palabra, una frase no merece ser expresada si no contiene una verdad absoluta, y como esa verdad absoluta no es aparentemente asequible, lo mejor es guardar silencio. Esto que escribo es palabrería, es basura, nuevos embustes, ineficaces restallidos semánticos. Nada hay que desee demostrar, nada hay que intente convencer a otros, ni recetas ni espejos ni caricias, es el desperdicio del tiempo. La vida es palabrería, los ochenta años pueden ser un segundo y lo mismo da, como el pasado idealizado y el futuro promisorio. La riqueza y la pobreza, el amor y el odio, el aquí o el allá, todo es palabrería. Los sentidos son seducidos y mienten al pensamiento. El mar es blanco, las personas son negras y el cielo platinado refulge con sus avecillas grisáceas planeando un nuevo ataque.
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