Compañero Onfray


Hay escritores que considero necesarios. Compañía de tramonte solar. Diálogos de sobremesa. Exposiciones tardías. Soliloquios de borracho madrugador. Entre ellos Joseph Roth y Nabokov. Bashevis Singer y James Joyce. Sánchez-Ostiz y Cerezal brindando con una copa de Malbec. Ferrufino y Cingolani como compañeros de batallón. Latido justiciero. Bibliotecólogos de Alejandría. Fusiles aceitados. Sombra trémula de hoja de bambú. Rodríguez de este lado de la colina. Y en especial Michel Onfray. Por libertad de pensamiento, por cultura amplia y puntillosa, de arriba y abajo. Por desconfianza de gato arrinconado hacia el halago. Academia medieval y sabiduría de sobrevivencia digerida de una forma absolutamente personal. Sin descontar el desdén hacia el institucionalismo ancestral, el resentimiento hacia las clases privilegiadas, asco hacia las derechas, poesía inevitable en la narración, reescribidores de la filosofía a partir de la extravagancia lingüística, el dolor personal, las llagas de época, la empatía por todos los hombres y mujeres que vivieron y murieron sin importarle a nadie más, oprimidos desde la cuna, avasallados por sistemas que no eligieron, pero que igual se deleitaron ante una luna musulmana, el primer sol de primavera, las estrellas viajeras que no concedieron ningún deseo, ante los hijos que nacieron y crecieron y murieron alimentados con un soplo de brisa.

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