Semillas de cedro

Niebla nocturna. Luna llena. Humedad en los huesos. Veo fantasmas a lo lejos, sombras de Bacon, faroles de Turner, arbustos algodonados.  Recojo semillas de cedro para adornar la parte superior de mi biblioteca, justo al lado del ajedrez polvoriento. Lorena lo compró en Buenos Aires para que confrontásemos nuestras mentes en las largas tardes veraniegas, pero hasta ahora nunca ha sucedido. Preferimos cocinar y hacer el amor, o caminar hasta el río Ñuble,  sentarnos en las piedras a beber mate, fumar un cigarro, y escuchar el batir de alas de los patos salvajes.

Tardes incendiadas

Fotografía: Lorena Ledesma. Crepúsculo sanfabianino (tomado desde Avenida Purísima a mediados de junio de 2016)
Son tantas las señales de vida que he ido guardando en el disco duro de mi computador. Tantas miradas distintas del universo. Basta apretar una tecla para que se abra mi propia biblioteca de Alejandría. Veinte mil libros de literatura, historia, antropología, filosofía, mi selecta musicoteca de jazz, música étnica, las mejores arias de la ópera, el Réquiem de Mozart para mis horas solemnes, la historia contemporánea en películas, los grandes directores de cine, los pensadores que respeto, Onfray y Zizek en un bar digital, los atrapamariposas de Nabokov, el ajedrez narrativo de Joyce, la poesía de Vallejo, miles de fotografías personales, sentimientos esculpidos con luces y sombras, nubes caprichosas, tardes incendiadas, ciruelos muertos y cada uno de los territorios que conquisté por algunos instantes. Junto a ellos, decenas de miles de documentos, enciclopedias, diccionarios, novelas y textos personales en construcción, imágenes de pinturas famosas y desconocidas, de otoños canadienses, inviernos chilenos y primaveras japonesas, de mujeres desnudas, pudúes asustadizos y castores construyendo represas con alerces muertos. De alguna forma, tengo el espíritu conservacionista de un monje medieval, de un hámster que sólo avizora inviernos. Me arrincona la pregunta, ¿resguardar para qué?. La banalidad se impone, los discos duros quedan arrumbados y lo que queda de vida es menos que un parpadeo.

No hay finales felices

¿Cómo es posible que una novela tenga un final? Todo final es artificioso. La vida continúa su rutina chirriante, los pasos en falso, la frescura del toronjil, el esplendor de los atardeceres. Entre bueno y malo a la vez, con el ánimo promediando el gris rata de la resignación.

Borges, enfrentado a esta disyuntiva, optó por no escribir una novela. Vargas Llosa nos convoca a la posibilidad de ordenar el caos de la vida mediante la estructura de la novela, algo así como condensar una raíz de mandioca en un cubo de Rubik.

En Morirás lejos de José Emilio Pacheco, se lanza toda la artesanía narrativa a la parrilla. Se sacan las cortinas de la manufactura, el trasluz de la imaginación, el behind the scenes del agobiado narratario, escribiendo con tinta indeleble sobre un discurso narrativo deliberadamente no acabado.

Recuerdo haber leído tempranamente El último magnate de Scott Fitzgerald. Me agradaba que una obra se fuera disolviendo. Que las notas tentativas reemplazaran las certezas. Luego disfruté esa obra estrellada de Albert Camus: El primer hombre, y aún camino sobre El buen soldado Svejk de Jaroslav Hasek.

Alguna vez escribí sobre mi fastidio con los finales, sobre la falsa mariconada feliz, los tórtolos mirando el crepúsculo marítimo, la sonrisa de oreja a oreja a lo Warner Brothers. La vida real es una sumatoria de imprevistos y calamidades. Por eso prefería que los protagonistas se cagaran a tiros o fueran a comprar cigarros y no volvieran. Que los acuchillaran en el camino, que los atropellaran sin portar documentos y terminaran en un hospital público, como indigentes desmemoriados, con una pierna levantada y una Playboy arrugada entre las manos.

Fallas estructurales de la condición humana


Es de madrugada en Chile pero nadie duerme. Hace un frío polar. Se ha ganado la copa América Centenario en Estados Unidos. Dos penales que marcaron la diferencia ante Argentina. Lo veo en familia. El triunfo lo disfruto. Reconozco el esfuerzo deportivo de ambos equipos. Admiro el talento. Yo también jugué alguna vez de mediocampista amateur. Hago un brindis y paso a lo mío, a la multitud de actividades de otra índole que me esperan. Afuera el ruido es incesante. Pasan caravanas de autos tocando bocinas, hinchas enfervorizados soplando vuvuzelas, gritos roncos, obscenidades xenófobas. Las principales avenidas del país se atiborran con cientos de miles de personas carnavaleando su gran contento como macacos cocainómanos. 

Se me ocurre que con toda esa energía desperdiciada en eventos futboleros podríamos cambiar todo lo que hay de injusto en esta patria sureña. Unos pocos días que vuelvan a estremecer al mundo. Desratizar el congreso. Asambleizar la convivencia. Acabar con afps e isapres, para que pensiones y salud vuelvan a ser un asunto de todos. Guillotinar el saco roto de la educación privada financiada con fondos públicos. Recuperar la dignidad de los trabajadores, la soberanía de nuestras riquezas. Ponerle tarjeta amarilla a las transnacionales que lucran gracias a nuestra regulación tan sospechosamente entreguista. Y una tarjeta roja al gran empresariado que se colude para jodernos la existencia. Quizá nos merecemos lo que tenemos, lo que hemos contribuido a perpetuar con silencio, omisión, cobardía. He percibido que es así en casi todos lados. La condición humana tiene fallas estructurales por donde campea con mucha complacencia la religión y el capitalismo con sus hordas circenses de aprovechadores y chiflados.

Artilugios emotivos

No sé si la soledad es una queja o una bendición. La multitud te convierte en un borrego estúpido, pero la soledad te hace doler esa indefinibilidad llamada alma. La creación es en principio un rompecabezas desparramado. Un rompecabezas que debes armar arbitrariamente para que nada calce como debiera calzar. O si no daría lo mismo seguir escribiendo redundancias de formas y estilos. El drama encubierto es que necesitas alejarte, aunque tengas a alguien al lado. Y en ese desierto debes sobrevivir solo, porque nadie podrá entrar en él. Podrás armar una casa de putas croatas, destruir iglesias católicas o avivar progromos de politicuchos neoliberales. Es la libertad imaginaria no sujeta a legislación nacional o ética. Luego vuelves por combustible mental. Café y cigarrillos, coñac para el frío, estridencias desquiciadas de Paganini, brindis por entusiasmos futboleros que no alcanzas a comprender. Voces en el portón. Celular vibrando. Ulular de wasap. Carita feliz de Facebook. Debes parlamentar. Y eso te obliga a enrielarte, a ser coherente. Salen palabras e impresiones desde tu sombrero de ilusionista que no podrías asegurar que estás sintiendo. Chamantos lingüísticos, palmoteos virtuales, artilugios emotivos para no morir de frío polar. La convención ocupa demasiado tiempo y allí también sueles estar muy solo. 

Imagen: Egon Schiele

Llueve sin pausa


Llueve sin pausa y el señor Tatón se inquieta pues nuevamente no habrá paseo. Desmalezo los almácigos. Acomodo las viejos utensilios agrícolas. Debo comprar herramientas nuevas y aprenderme sus nombres. Para cada requerimiento humano hay un objeto facilitador. El gran Malalcura se divisa fantasmal. 


Imagen: Rufino Tamayo, "Perro / Dog", grabado / engraving, 55,5 x 75,5 cm., 1979

Tamborileos fascistas en el valle


Cae la tarde de junio, el manto frío, el anticipo de la escarcha. Quedan manzanas solitarias en las copas de los árboles, bolsas de nylon acarreadas por los puelches, uva podrida en el parronal. Las montañas cambian de abrigo. Ocres y amarillos en los lomajes. Marrón anaranjado a media altura. Violeta en las cumbres. 

Repican tamborileos fascistas en el valle. Se acercan las elecciones municipales y tal como en ocasiones anteriores sale a relucir lo mejor y peor de cada localidad. 

La mentalidad campesina, la mayoría al menos, es sabia en aspectos climáticos, en cultivo de chacras y cuidado de animales, pero muy rudimentaria en el área política. Siglos de bosquejos patrioteros, militarismo ramplón y catolicismo ultrista han moldeado a un ser pasivo, obediente, unidimensional, que no votará más que por candidatos de extrema derecha, porque son ellos, con su circo y sus dádivas, los que han reemplazado la figura del terrateniente feudal. La mentalidad inquilina es una funesta mochila cultural que inclina la democracia hacia el oprobio del pasado. No hay mucho que hacer porque se hace mediante el voto. 

Por su parte, una minoría de campesinos silenciosos, con plena conciencia de clase, mantiene la memoria muy viva puertas adentro,  junto al fogón, premunidos de un mate dulce, y a veces unas sopaipillas fritas en manteca de cerdo. Pues allí, en esa pequeña ágora de la resistencia, van transmitiendo a sus hijos y nietos la historia de las bellaquerías cometidas por los que mandan y su horda de rastreros desclasados.

Pero a San Fabián ha llegado mucha gente que no responde a estas características. Profesionales, ambientalistas, académicos, jubilados, extranjeros, místicos, obreros urbanos y descendientes de antiguos sanfabianinos emigrados. La mayoría decididos a quedarse, imantados con la cordillera nevada, las aguas cristalinas, la tierra húmeda, el bosque nativo y la sencillez de los lugareños. Ellos aportan diversidad, dinamismo, nuevas ideas y entusiasmos que probablemente reorientarán nuestras formas de convivencia hacia algo distinto.

Poesía encriptada

No soy poeta, suelo repetir a quien me pregunta si lo soy o si quiero llegar a serlo. No soy poeta porque respeto mucho a Vallejo y a Góngora. Tengo el convencimiento de que mi aporte sería insustancial, una excedencia inútil a este mundo en que casi nadie lee. Sí creo cobijar elementos poéticos en mi narración. Poesía por defecto, encriptada, de una mirada que hace sendero al andar.



Dibujo: Franz Kafka

Espíritu contra espíritu


La ola polar me atacó con fuerza, como un joven ciprés botado de raíz con un soplo de escarcha. Hoy soy solo una mente en formol, al estilo Futurama. Explotar sería suicida y está fuera de mis protocolos de perduración. Quiero avanzar en La marcha Radetzky. Lo empezamos ayer tarde, mientras el viento de junio barría las últimas hojas de encino. Trotta no es distinto a los otros personajes de Joseph Roth. Vive en un mundo hostil, que muta a cada instante, que desconoce: "Sentíase como condenado de por vida a avanzar sobre un suelo resbaladizo metido en unas botas que no eran las suyas, perseguido por el secreteo de los demás y siempre recibido con recelo. Su abuelo había sido un aldeano con poca tierra, y su padre, suboficial de cuentas y más tarde gendarme en los territorios fronterizos del sur del reino. Desde que había perdido un ojo en un enfrentamiento con contrabandistas bosnios vivía como inválido del ejército y guardián del parque del palacio de Laxenburg, daba de comer a los cisnes, recortaba los setos, en primavera protegía los codesos de los ladrones, más tarde los saúcos, y en las noches tibias ahuyentaba a los enamorados, que no tenían dónde ir, de los oscuros y acogedores bancos". 

Me levanto a darle de comer a los perros. Se muestran tan alegres como hambrientos. El frío los consume, los enflaquece, les agota las baterías con que le ladran a las sombras.


Tuesto un pan en la cocinilla. No tengo hambre. Lorena lo toma para ella. Calienta una leche. Le agrega café. Sube mi fiebre y mi ansiedad por tener tantos libros inéditos. El tiempo pasa y nada se resuelve. Pero a un escritor no le corresponde publicar sus libros. Basta con que los escriba. Creo que fueron palabras de Borges. Lo leí anoche, en v0z alta, con la chimenea a full. La madrugada fue un manto de niebla espesa, ventanales humedecidos y ciruelos desnudos como espantacucos en disolución. Se trataba del prólogo de una antología de cuentos de 1933. Borges imponía a Chesterton en primera fila. Cuento policial sobre un asesinato sin motivo económico aparente, con espejos distractores y sombras de pavos reales. Una cena con distinguidos comensales curtidos en el arte de eludir responsabilidades. Se nos acabó la leña y nos quedamos a medio camino, sin saber la solución del entuerto. 

No encuentro el archivo de Chesterton. Tengo el computador equivocado. Nuevamente viento polar. Estrellas fulgurantes. Camionetas raudas. Hierve la tetera negra. Mate gastado. Mi holograma en la ventana. Espíritu contra espíritu. Ramajes que golpean el techo. Fiebre  en ascenso. Delirio joyceano, archivos sin nombres, Calvert Casey por accidente:"Pensé en los inmensos osarios del mundo que se convierten en polvo que el aire dispersa y nosotros respiramos, y pensé en el 4 de mayo de 1894 y en un día del 328 a.C. y en todos los millones de seres humanos que vivían en ese momento y hacían el amor y desfloraban vírgenes y apuñalaban a un hermano y se masturbaban y comían miel y se iban a guerras, y de cuyas vidas no queda nada, nada, nada..." 

Miedo a estar solo

Zigmunt Bauman habla del miedo a estar solo. Por eso recurrimos a Facebook, al afecto de las mascotas, a las radios a todo volumen, a las paredes atestadas con fotografías de parientes risueños que ya no son carne ni hueso. Por eso hay quien acude a una iglesia o se suma a una hinchada de fútbol. Por eso el amor romántico, las sábanas tibias, las siluetas entrelazadas en un horizonte idealizado. Por eso las viejas cahuineras parlotean de ventana a ventana pelando a medio vecindario. Es su red social de media tarde. Pero hay quienes necesitamos cierto grado de soledad. Un desierto programado con pasaje de ida y vuelta. Porque la posibilidad de solo marcharse es devastadora. La creación requiere biombos conceptuales para que la imaginación ejecute su alquimia loca. Aunque digamos que este tipo de soledad es relativa pues solemos contar con una biblioteca, digital o física, que es un bar atestado de mentes inconformes. 
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