Fallas estructurales de la condición humana


Es de madrugada en Chile pero nadie duerme. Hace un frío polar. Se ha ganado la copa América Centenario en Estados Unidos. Dos penales que marcaron la diferencia ante Argentina. Lo veo en familia. El triunfo lo disfruto. Reconozco el esfuerzo deportivo de ambos equipos. Admiro el talento. Yo también jugué alguna vez de mediocampista amateur. Hago un brindis y paso a lo mío, a la multitud de actividades de otra índole que me esperan. Afuera el ruido es incesante. Pasan caravanas de autos tocando bocinas, hinchas enfervorizados soplando vuvuzelas, gritos roncos, obscenidades xenófobas. Las principales avenidas del país se atiborran con cientos de miles de personas carnavaleando su gran contento como macacos cocainómanos. 

Se me ocurre que con toda esa energía desperdiciada en eventos futboleros podríamos cambiar todo lo que hay de injusto en esta patria sureña. Unos pocos días que vuelvan a estremecer al mundo. Desratizar el congreso. Asambleizar la convivencia. Acabar con afps e isapres, para que pensiones y salud vuelvan a ser un asunto de todos. Guillotinar el saco roto de la educación privada financiada con fondos públicos. Recuperar la dignidad de los trabajadores, la soberanía de nuestras riquezas. Ponerle tarjeta amarilla a las transnacionales que lucran gracias a nuestra regulación tan sospechosamente entreguista. Y una tarjeta roja al gran empresariado que se colude para jodernos la existencia. Quizá nos merecemos lo que tenemos, lo que hemos contribuido a perpetuar con silencio, omisión, cobardía. He percibido que es así en casi todos lados. La condición humana tiene fallas estructurales por donde campea con mucha complacencia la religión y el capitalismo con sus hordas circenses de aprovechadores y chiflados.

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