En Lanús moríamos de soledad


Para Edu El Poeta Maldito

Ocurrió el 2017, en uno de esos intercambios de comentarios que se suelen olvidar al culminar la jornada. Hoy, julio de 2021, Facebook me lo recuerda. Por eso aprovecho de dejar la constancia en este blog. Pa' que quede.

El intercambio de comentarios sucedió más o menos así:

Muzam: Alguna vez escribí sobre mi fastidio con los finales, sobre la falsa mariconada feliz, los tórtolos mirando el crepúsculo marítimo, la sonrisa de oreja a oreja a lo Warner Brothers. La vida real es una sumatoria de imprevistos y calamidades. Por eso prefería que los protagonistas se cagaran a tiros o fueran a comprar cigarros y no volvieran. Que los acuchillaran en el camino, que los atropellaran sin portar documentos y terminaran en un hospital público, como indigentes desmemoriados, con una pierna levantada y una Playboy arrugada entre las manos.

Mordacini: Un crítico de cine al que admiro dijo alguna vez, a propósito de un texto como el tuyo: "El cine no es la realidad de nadie, sino un espacio donde jugamos a meternos en otro universo, ateniéndonos a las reglas que ese microcosmos nos depara". Adhiero un poco a las palabras de este crítico y otro poco a las tuyas: los tórtolos mirando la luna, los finales felices son clichés de un género: el melodrama, y si lo tomamos como eso, como reglas de un género bastardo, hasta podríamos disfrutarlo

Muzam: En el cine puede funcionar. En las letras no.

Molaro: Somos finitos y contingentes. Ante esa realidad, el final de violines y atardeceres románticos es una posibilidad, pero una en millones.
En Lanús moríamos de soledad. Como corresponde.


Muzam: En Lanús moríamos de soledad. Con esa frase me pego un tiro.


Molaro: Por eso emigré.


Echado de la historia

Faulkner no quería ser husmeado. Su vida privada debía cerrarse con un cerrojo inviolable tras su muerte. Sus cartas, su familia, sus amigos, sus asuntos, nadie tenía derecho a entrometerse. Ese era su deseo. La obra terminada debía bastar para admiradores y curiosos. La obra autonomizada de su autor. Un universo distinto y eternizable en la medida que el interés de los lectores lo dispusiera así. 

En cierta ocasión le escribió al escritor Malcolm Cowley: «Estoy chapado a la antigua y soy además un tanto lunático. No me gusta que mi vida y mis asuntos privados puedan ser utilizados por todos aquellos que puedan pagar el precio que está marcado en el libro, o porque tienen un amigo que lo compró y se lo va a prestar. Mi ambición, como persona reservada que soy, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir como algunos isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias y mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió».

Esta noche recordé esa determinación al abrir las Cartas escogidas de William Faulkner. Trabajo recopilatorio que realizó su también biógrafo Joseph Blotner. 

Jill Faulkner Summers, hija y albacea del gran escritor norteamericano, facilitó el camino para que el conjunto de huellas escritas de su padre fuesen divulgados. 

Es decir, ni su hija, ni su biógrafo, ni sus admiradores, ni estudiosos, ni yo mismo, en esta fría noche cordillerana de junio, hemos respetado la voluntad del escritor. 

Avanzo en ese trajinar cotidiano que expresan las cartas. Nada es intencionalmente literario y a la vez todo es literario. Paradoja irresoluble. Faulkner, hombre práctico al que poco le importaba filosofar sobre trascendencias, tenía perfecta conciencia de la calidad del universo literario que estaba construyendo. Y la tenía porque iba entrelazando un tejido complejo con meticulosidad de artesano. Por eso todo lo tangible, humano, posible e imaginable le concernía. Eran los insumos para su fábrica creativa. Y esa inmensa variedad de temas es lo que reflejan sus cartas.

Se acerca la medianoche. El toque de queda pandémico nos ha sobrecargado de silencio. Lo combato con Nulla in mundo pax sincera interpretado por Emma Kirkby. Algunos perros lejanos parecen mordisquear la baja niebla con ladridos monótonos.

Se suman cartas con pisco añejo y maní tostado mientras sigue bajando la temperatura en el valle de San Fabián de Alico. 



Nomadismo lector / Nomadisme lecteur


Un peuco alborotador de gallinas somnolientas se ha cebado a nuestro campo. El escándalo comienza a las seis treinta de la mañana, o sea, cuando la luz del alba no permite distinguir enteramente las propias manos. Quizá esto ocurriría más tarde, si no fuera porque hay gallinas excesivamente madrugadoras, tal como las hay trasnochadoras (creo que podría escribir un libro aparte sobre psicología de pollos, gallinas y gallos. No lo estudié, pero lo aprendí observando su encorocado trajinar cada largo día de cada largo año durante toda mi infancia. Sé hasta lo que piensan. Lo que sospechan. Sus alegrías, tristezas y engaños, sus recursos finos para sobrevivir, incluso para doblegar y hasta torturar a sus semejantes)

Como decía, el peuco se ha zampado varias aves de mi madre. Desayuna muy temprano, y casi anocheciendo vuelve a cenar a las trasnochadoras. Así que son dos escándalos diarios asegurados.

Probablemente mi vida ha sido condicionada por los peucos, pues despierto naturalmente muy temprano. Y esto me llevó ya en mis tiempos de ciudad a ocupar ese fructífero tiempo donde nadie más se levantaba, en leer montañas de libros y escribir sobre cuadernillos que luego iba perdiendo.

Ese silencio matinal propiciado por los peucos alborotadores de mi infancia es el causante indirecto de mi obra, de mi cultura y hasta cierto punto de no pocos rasgos de mi personalidad, pues, y aquí solo elucubro, ese silencio madrugador me conectaba con mi mismo, me convertía en un nómade lector, y me tornaba un solitario, un buscador de soledades, mías y de otros, un explorador más que un aventurero, caminante de llanuras y trepador de montes, enturbantado para el sofoco desértico, refugiado entre bosques bulliciosos de especies, solo premunido de cantimplora y bastón de palo, y desde mi morral, apenas asomados, una hoz y un martillo, herramientas herrumbrosas, heredadas de ancestros de rostros esculpidos por vientos y soles, abuelos que nadie pudo doblegar, y con las que iba sembrando ingenuas semillas de dignidad humana.

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Nomadisme lecteur

Un peuco* agitateur de poules endormies s’est acharné sur notre
champ. Le scandale commence à six heures trente du matin, c’est à
dire quand la lueur de l’aube ne permet pas de distinguer
complètement ses propres mains. Peut-être que cela se produirait
plus tard s’il n’y avait pas de poules si matinales, tout comme il en
existe des couche-tard (je crois que je pourrais écrire un livre à
part sur la psychologie des poulets, poules et coqs. Je n’ai pas
étudié le sujet, mais je l’ai appris en les observant s’affairer en
choeur durant toutes les longues journées de toutes les longues
années de toute mon enfance. Je sais même ce qu’elles pensent. Ce
qu’elles soupçonnent. Leurs joies, leurs tristesses et leurs
tromperies, les fins stratagèmes qu’elles emploient pour survivre,
soumettre et même torturer leurs semblables).
Comme je le disais, le peuco a avalé plusieurs volatiles de ma
mère. Il déjeune très tôt et, lorsque le soleil va se coucher, il
revient manger les couche-tard. Ce sont donc deux scandales
assurés par jour.
Ma vie a probablement été conditionnée par les peucos car je me
lève naturellement très tôt. Et cela m’a conduit au temps où je
vivais en ville à occuper ces moments fructifères où personne n’était
réveillé à lire des montagnes de livres et à écrire sur des petits
carnets que je perdais régulièrement.
Le silence matinal offert par les peucos fauteurs de troubles est la
cause indirecte de mon oeuvre, de ma culture et jusqu’à un certain
point d’un nombre important de traits de ma personnalité, car, et je
ne fais ici qu’élucubrer, ce silence matinal me connectait à moi-
même, me transformait en lecteur nomade, faisait de moi un
solitaire, un chercheur de solitude, des miennes et des autres, un
explorateur davantage qu’un aventurier, marcheur des plaines et
grimpeur de monts, enrubanné contre la suffocante chaleur du
désert, réfugié dans les bois bruyants d’espèces, muni seulement
d’une gourde et d’un bâton, et de ma sacoche, une faucille et un
marteau se penchaient à peine, outils rouillés, hérités d’ancêtres
aux visages sculptés par les vents et les soleils, des grands-pères
que nuls ne put faire plier, avec lesquels j’allais semant de naïves
graines de dignité humaine.




Jorge Muzam, cuadernosdelaira.blogspot.com
Traduit par Fabienne Sorin Hernandez le 12 juin 2020
*Peuco: busardo, faucon de Harris.

Absolución / Absolution


Anochece octubre. La última noche. La lluvia que no cesa. El cementerio es territorio filosófico, memoria inflacionada con nudos en la garganta. Los espíritus de las matriarcas esperan su visita anual vestidas de ilusión. Los viejos inmortales de poncho humedecido se confunden con el vaho del crepúsculo primaveral, con el rumor del viento norte atravesando los cedros. Crepitan las gotas de lluvia en las hojas del castaño. Los chilcos danzan en el aire como veteranos del Bolshoi. Rechina el viejo portón de hierro. Alguien quiere que entres o te vayas. Esperamos el carromato de Mozart en esta ensaladera de cruces carcomidas. Al menos para agradecer su Requiem incompleto. Para tararear con voz alcohólica los sones de la marcha final. Estamos en paz. La absolución para tanto pecado imaginario la dará Onfray. La teoría de la relatividad de la vida nos espera en casa.


***


Es wird Nacht im Oktober.  Die letzte Nacht. Der Regen hört nicht auf. Der Friedhof ist ein philosophisches Territorium, es ist die Erinnerung mit einem Kloß im Hals. Die Geister der Matriarchinnen  warten, wie eine Illusion erscheinend,  auf ihren jährlichen Besuch. Die alten Untersterblichen, in feuchten PONCHOS, vermengen sich im Dunst der frühlingshaften Dämmerung, begleitet durch das Stimmengewirr des nördlichen Windes, der die  Zedern streicht.

Es plätschern die Regentropfen auf den Kastanienbäumen. Die Fuchsien tanzen im Wind wie Veteranen des Bolchoi Balletts.  Es quietscht das alte eiserne Tor. Jemand möchte, dass Du reinkommst oder gehst.  Auf der undurchsichtigen Kreuzung warten wir auf Mozarts alten Karren, um uns wenigstens für den unvollendeten Requiem zu  bedanken und mit alkoholisierter Stimme den Klang des großen Finales zu trällern. Wir sind im Frieden.  Die Absolution für so viele imaginäre Sünden gibt uns Onfray.  Die Relativitätstheorie des Lebens erwartet uns zu Hause.


*Traducción al alemán de Carola Hölscher


Ya es bastante invierno / * E’ abbastanza inverno già


Por aquí ya es bastante invierno, le digo por mensaje a Pablo Cingolani. Llueve con murmullo persistente. Ha nevado en las cumbres. Las escampadas tienen rumor de viento norte. El musgo se apodera de las piedras, de los estanques, de los troncos viejos. El Ñuble vuelve a adquirir la prestancia y el rugido de un río sureño. Despierto temprano, incluso en día domingo, es una conducta propiamente campesina que suele acompañar toda la vida. Café para espabilar mirando por la ventana el Malalcura, comprobar que sigue en su sitio. Que la historia previa no fue una ilusión ni menos un sueño de Monterroso. Mis ingredientes para vivir suelen ser imaginarios. Posibilidades y recuerdos que interactúan en una novela inédita, incongruente, circense por defecto. La soledad fantasmagórica de la cordillera exalta mis quijotismos. Si tan solo Doré pudiera dibujarme. Mi cabeza es un Saturno anillado de esqueletos, cañones sin pólvora, generales rusos dubitativos.

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Qui è abbastanza inverno già, lo dico per messaggio a Pablo Cingolani. Piove con mormorio persistente. Ha nevicato sulle cime. Le schiarite hanno rumore di tramontana. Il muschio s’impossessa delle pietre, degli stagni, dei tronchi vecchi. Il fiume Ñuble riacquista la prestanza e il ruggito di un fiume del sud. Mi sveglio presto, compreso la domenica, è una consuetudine propriamente contadina che accompagna lungo tutta la vita. Caffè per destarsi guardando dalla finestra il Malalcura, per verificare che sia sempre al suo posto. Che la storia precedente non fu un’illusione e tantomeno un sogno di Monterroso. I miei ingredienti per vivere di solito sono immaginari. Possibilità e ricordi che interagiscono in un insolito romanzo, incongruente, circense per difetto. La solitudine fantasmagorica della condigliera esalta i miei chisciottismi. Se solo Doré potesse disegnarmi. La mia testa è un Saturno inanellato di scheletri, cannoni senza polvere, generali russi dubitativi.


*Traducido al italiano por Marcela Filippi, poeta, traductora y editora chilena residente en Roma, Italia.

La eternidad de la palabra / L’eternità della parola


Aún no sabemos lo que es la eternidad de la palabra. Ha transcurrido tan poco tiempo. Intuimos que resistirá, que portará el mensaje, cualquier mensaje, hacia un futuro inverosímil. La palabra es infancia y senectud, tarde de bolitas con hoyos de conejo y cuevas de milodón para que el juego nunca acabe. La palabra es pez resbaladizo y moneda de cambio de un espíritu impresionado, escultura fonética de la memoria, alegría y tristeza solventada en la nada.
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*Non sappiamo ancora cosa sia l'eternità della parola. E’ trascorso così poco tempo. Intuiamo che resisterà, che porterà il messaggio, qualsiasi messaggio, verso un futuro improbabile. La parola è l'infanzia e senilità, pomeriggio di palline con buche di coniglio e grotte di milodonte perché il gioco non finisca mai. La parola è pesce scivoloso e moneta di scambio di uno spirito impressionato, scultura fonetica della memoria, allegria, tristezza risolte nel nulla.


*Traducción de Marcela Filippi.
Publicado en http://intraduzionisolmar.blogspot.cl/ (10/8/2017)








Revolución de la brisa / Rivoluzione della brezza


Dos tencas ladronas han vuelto a bajar del manzano a robarle galletitas a los perros. A ellos no parece importarles mucho. Echados sobre la hierba, se preocupan más bien de seguir la rutina humana con la mirada.

Escarbo entre viejos cuadernos de notas en busca de textos no publicados, frases sueltas, imágenes literarias que nunca utilicé, autores que apunté en un bar con letra borracha. No todo lo escrito me parece hoy relevante. Muchas letras sólo fueron constancias de pequeñas cicatrices del alma.

Mi habitación da a un jardín poco transitado donde crecen sin mayor cuidado encinos jóvenes, camelias ancianas y manzanos en flor. No hace mucho una solitaria gallina se quedó a vivir allí. Digamos que se autoexilió del resto. Nadie se explicó la razón. Durante el día escarbaba entre las flores buscando su sustento. En la noche dormía sobre un taca-taca abandonado, hasta que le expliqué que eso no me parecía lo más adecuado y la expulsé. Entonces ella se fue a dormir bajo unas rosas dentro del mismo jardín. Con el tiempo formó su nido, empolló, sacó sus crías y hoy deambula como oronda emperatriz por ese territorio que ella considera suyo. Nadie osa acercarse pues su fiereza no desmerece ante un mastín. 

Antes de salir de mi habitación observo todo lo que tengo y no ocupo. Una tele que jamás enciendo, un dvd en el que nunca veo películas, una radio que jamás he sintonizado, un reloj al que nunca he dado cuerda y cientos de libros que nunca han salido de su estantería. Digamos que son meros juguetes de un niño-hombre que ya no juega a nada.

Vuelvo al mesón bajo el parrón y ya no recuerdo lo que iba a hacer. Sólo me siento en la silleta y me quedo contemplando la espesa bruma que difumina las montañas.

Los altares de mi entusiasmo se suelen llenar de telarañas tras su inauguración. Los ánimos se ametrallan mutuamente dejando un final sin protagonistas. Recuerdo haber escrito una carta donde intentaba explicar ciertas circunstancias dolorosas que contribuyeron a disolver mi antigua familia. No buscaba exculpación, al fin y al cabo a un hijo de puta como yo bien poco le importa que lo crucifiquen con desamor y rumores falsos. Pensaba más bien dejarlo como testimonio de mi huracanado paso por este mundo, clarificar los enredos, los malentendidos, las incomprensiones, y a través de esa precisión narrativa contribuir a que otros aclararan su papel en este teatro de la crueldad humana. Iba bien encaminado, al menos hasta la décima línea. Luego me dije, qué diablos, y concluí sin siquiera un punto aparte.

Pero no quería escribir sobre eso. Más bien quería confesar que tengo pensamientos siniestros, hasta asesinos, con los servidores de internet. Hijos de perra que se apropian del aire y te envían mensualmente una factura por 50 dólares por algo que ni siquiera funciona. Creo que necesitamos una pronta y sanguinaria revolución para recuperar la brisa que trae y lleva los mensajes amigos.

Fotografía: Lorena Ledesma

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Rivoluzione della brezza / di Jorge Muzam

(Traducción al italiano de Marcela Filippi Plaza)


Due tencas ladre sono scese di nuovo dal melo per rubare biscottini ai cani. Questi non sembrano curarsene molto. Stravaccati sull'erba, si preoccupano piuttosto di seguire il trantran umano con lo sguardo. Frugo tra vecchi quaderni di note in cerca di testi mai pubblicati, frasi sparse, immagini letterarie che non ho mai utilizzato, autori segnati con lettera ubriaca. Non tutto quel che è scritto mi sembra rilevante oggi. Molte cose sono state testimonianze di cicatrici dell’anima. La mia stanza si affaccia su un giardino poco transitato, dove crescono senza molta cura querce giovani, vecchie camelie e meli in fiore. Non molto tempo fa una gallina solitaria rimase a vivere lì. Diciamo che si è autoesiliata da tutto il resto. Nessuno ha saputo mai spiegarselo. Durante il giorno scavava tra i fiori in cerca del suo sostentamento. Di notte dormiva su un biliardino abbandonato, fino a quando le ho spiegato che ciò non sembrava appropriato e la cacciai via. Poi andò a dormire sotto alcune rose nello stesso giardino. Col passare del tempo fece il suo nido, covò, portò in giro la sua figliata, e oggi deambula come un’ imperatrice trionfa in quel territorio che considera pienamente suo. Nessuno osa avvicinarsi poiché la sua ferocia, non è inferiore a quella di un mastino. Prima di lasciare la mia stanza osservo tutto ciò che ho e che non uso. Un televisore che non accendo mai, un DVD in cui non vedo mai film, una radio che non ho mai sintonizzato, un orologio che non ho mai caricato e centinaia di libri che non hanno mai lasciato i loro scaffali. Diciamo che sono meri giocattoli di un bambino-uomo che ormai non gioca più a nulla. Ritorno al banco sotto il pergolato d'uva e non ricordo più quello che stavo per fare. Mi siedo soltanto sulla seggiola e rimango a contemplare la spessa bruma che sfuma le montagne. Gli altari del mio entusiasmo spesso si riempiono dopo la loro inaugurazione. Gli animi si mitragliano a vicenda lasciando un finale senza protagonisti. Ricordo di aver scritto una lettera cercando di spiegare certe circostanze dolorose che hanno contribuito a dissolvere la mia vecchia famiglia. Non cerco discolpe, in fin dei conti a un figlio di puttana come me molto poco importa che lo crocifiggano con indifferenza e false dicerie. Pensavo piuttosto di lasciarlo come una testimonianza del mio passaggio burrascoso in questo mondo, chiarire intrecci, equivoci, incomprensioni, e attraverso quella precisione narrativa contribuire perché altri chiariscano il loro ruolo in questo teatro della crudeltà umana. Ero ben orientato, almeno fino alla decima riga. Poi, mi sono detto, che diamine, e ho concluso senza neanche un punto a capo. Ma io non volevo scrivere su questo. Piuttosto volevo confessare che ho pensieri sinistri, perfino assassini, con i server di Internet. Figli di cagna che si impossessano dell'aria e ti mandano una fattura mensile di 50 dollari per qualcosa che nemmeno funziona. Penso che abbiamo bisogno di una rivoluzione rapida e sanguinaria per recuperare la brezza che porta e recapita i messaggi amichevoli.


Tenca: uccello che vive solo in Cile

Publicado en el blog http://intraduzionisolmar.blogspot.cl/ y en el Facebook de la poeta, editora y traductora Marcela Filippi Plaza. (31/7/2017)

Narrándome / Narrandomi

de/di Jorge Muzam

Más que contar, me cuento. Es mi inclinación afortunada o nefasta, dependiendo del ánimo o la distancia con que se observe. El resto es adherencia, contexto, conjetura. Los colores van por cuenta de Nabokov. Es decir, a él le debo la importancia de ese aspecto narrativo. Y a Rulfo la inmensidad de un mundo hostil e inevitable. A Bukowski cierto cinismo, cierta orfandad de pugilista arrinconado. De Philip Roth intento adquirir su experticia para bucear en el alma compleja. Allí donde la moral o la religión son meras excusas de superficie para sobrevivir o doblegar a otros. De Joseph Roth, el santo bebedor, su ternura para retratar personajes que no encuentran su sitio. De Henry Miller, su chisporroteo nihilista. De Céline su poesía. De Foster Wallace su meticulosidad extravagante. De Joyce, su humor. A Kenzaburo Oé le debo la niebla que palpa los cerros, cierta perplejidad resignada ante el horror y no poca humildad. A Bashevis Singer, la escafandra ciega para respirar en un mundo tan injustamente usual.

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Più che raccontare, mi racconto. E’ la mia inclinazione fortunata o nefasta, a seconda dell’animo o della distanza da cui si osservi. Il resto è adesione, contesto, congettura. I colori sono grazie a Nabokov. Vale a dire, è a lui che debbo l’importanza di quell’aspetto narrativo. E a Rulfo, l’immensità di un mondo ostile e inevitabile. A Bukowski un certo cinismo, certa orfanilità da pugile messo all’angolo. Da Philip Roth cerco di acquisire la sua perizia per fare immersioni nell’anima complessa. Lì dove la moralità o la religione sono semplici scuse di superficie per sopravvivere o per piegare gli altri. Da Joseph Roth, il santo bevitore, la sua tenerezza nel ritrarre personaggi che non trovano il loro posto. Da Henry Miller, il suo prorompente nichilismo. Da Céline, la sua poesia. Da Foster Wallace la sua stravagante meticolosità. Da Joyce, il suo umorismo. A Kenzaburo Oé gli debbo la nebbia che palpa le colline, una certa perplessità rassegnata di fronte all’orrore e, non poca umiltà. A Bashevis Singer, il cieco scafandro per respirare in un mondo così ingiustamente usuale.



Traducido al italiano por Marcela Filippi

El visto bueno

Es el tiempo de las encinas, de las mañanas con niebla, de los cerros azulados. Tanto silencio público me ha hecho desaparecer de toda primera plana. Es mejor así. Las letras son bayoneta de plumavit ante las circunstancias que nos aprietan el cuello. Mi opción de escribir para nadie se ha acentuado a la par que contemplo a los gobiernos convertirse en dictaduras. Las palizas a los jóvenes, la violencia oficial naturalizada, los ricos atrincherando fortunas en paraísos fiscales, la prensa lamiéndole el culo a los potentados. Todo lo que diga mal de esta época será cosa muy cierta, así que es mejor ahorrar palabras y dar el visto bueno a las rebeliones venideras. La convención informal del proletariado XXI levanta por abrumadora mayoría el pulgar a la opción guillotina. De seguro no quedará nadie. Ni siquiera nosotros. Es la condición humana la que debe extinguirse.

Los perros se sientan a mi lado, buscan el contacto de mis piernas, una caricia pasajera, a veces se me lanzan al regazo y allí dormitan. Y hasta roncan. Y en sus rostros se aprecia cierta felicidad, la seguridad de sentirse queridos y protegidos, la no conciencia de lo que se puede venir, el desconocimiento del alarmismo noticioso, del odio de clases entre los hombres, del cambio climático acelerado, del inminente apagón del universo...


La batalla de la historia



Hay vida a pesar de Trump. Apogeo de una estación olorosa a membrillo. Ires y venires de hormiguitas humanas que trabajan incansablemente para eternizar su forma de amar y de odiar. 

Los manzanares se retuercen de tan cargados. Hay castañas diseminadas en los patios, a orillas del camino, cajetillas espinosas a medio abrir que se pudrirán con el próximo invierno. Volvemos a cocinar guisos cálidos, lentejas con tomillo. Al mate le agregamos agua más caliente. El oloroso cedrón permanece humedecido con el rocío cordillerano. La estufa arde en la penumbra de una habitación silenciosa. Los libros descansan en la esquina del escritorio. Tobías Wolff tirita por una nueva copa. Se ha descargado el celular. El reloj de la pared anda atrasado.

Los minutos se pasman con las bravuconadas imperialistas expelidas desde el televisor, la radio, los diarios, internet. Imaginamos hongos atómicos asomándose detrás de las montañas, nubes negras cubriéndonos el sol, abejas derribadas, rosas tristes, vacas mugiendo ante un pasto envenenado. Y los niños, todos los niños buscando una explicación ante ese ventanal donde se oscurece el mundo.

Digo que tengo hijos, pareja, amigos, parientes, gente a la que estimo. Considero que no molestamos a nadie y solo queremos vivir tranquilos aportando lo nuestro, contribuyendo a la continuidad de las estaciones, regando el tomatero en época de sequía, tomando las uvas que nos prodiga el otoño, oliendo la flor del castaño. ¿Nos importa el resto? Claro que si. Pero ayudamos con organización, prolijidad, asesoría, presencia, cultivo, construimos bases sólidas basadas en el respeto mutuo, enriquecidas con la diversidad, resistentes para soportar los zapateos de una vida enfiestada.

Pero hay locos que nos quieren dejar sin nuestra paz. Embajadores plenipotenciarios de la codicia humana. Locos que destruyeron Siria, Irak, Afganistán, Líbano, que irán por Corea, Irán o Venezuela. Locos que hace 44 años estropearon mi propio país. Pienso en los niños. En todas partes desearían ir alegremente a un colegio, jugar en las plazas, subirse a los árboles, flirtear con un compañero, tener padres sanos, respetados y fuertes hasta llegar a ser adultos. Pero hay locos que amenazan todo esto. Y ante eso, los viejos, los que ya tenemos parchada el alma, el corazón rugoso de tanto frío cósmico, la mirada haciendo saudade ante la nada, los viejos estandartes de la era sacrificada, no podemos sino ponernos el turbante afgano y rebelarnos con toda la fiereza posible. Nada nos espera por delante más que seguir combatiendo con armas de sombrero de conejo en esta infatigable batalla de la historia.

Licencias literarias


Se anuncian chubascos para el atardecer. Una decoloración de azules y grises ensombrece las montañas. Diminutos jilgueros de pecho verde amarillo picotean las últimas manzanas. La comida libre de los pájaros empieza a escasear en julio. Pasan grandes aviones autografiando el cielo. Seguimos leyendo a Joseph Roth. Tras terminar Fuga sin fin y El triunfo de la belleza hemos buscado el resto de sus novelas. Ya nos falta poco para conseguirlas. Fue una vida breve e intensa. Errancia, miseria, honor y alcoholismo, como Franz Tunda o su santo bebedor. Un pájaro pintado que busca los cimientos de un imperio esfumado. Y entremedio, muletillas risueñas, carcajadas literarias, licencias recreativas que sólo se le perdonan a un gran novelista.

Dibujo: Xulio Formoso

El desastre siempre es desastre


Tengo el pecho oprimido. Un dolor que brota a ratos. Como si estuviera inundado de amargura y mi alcantarilla existencial se estuviese rebasando. Probablemente me muera hoy. No es ningún día especial para morirse. No tengo ningún asunto solucionado. Sería simplemente como declarar la vida en quiebra y dejar todo patas para arriba. 

Un malhumor que no logro controlar me persigue hace días. Hago lo posible para que se disuelva pronto. 

Temo que el rumbo de mis letras me ponga nuevamente en la esquina del ring. Diez mil lauchas del otro lado bien dispuestas con colmillos afilados y babeantes para despedazarme. Metafóricamente ya es así. Me guillotinan con la mirada, con la omisión, con la infamia. Mi pequeño ejército de leales hace fila con el psicoanalista. Honra a todos los budas. No mata una mosca por culpa, rigurosidad ética o exceso de análisis.

Los menesteres ingratos me consumieron la mañana de este último sábado de junio. Secar un poco de leña para resistir la lluvia. Procurar que la casa no se convierta en un barco a la deriva. La gata captó mis malas pulgas y me arañó un dedo. Apenas quedó tiempo para un mate con romero. Intenté leer una crónica de Roberto Merino, pero la agónica luz invernal me permitió avanzar diez líneas. Tatón quiso echarse en mis piernas pero desistió ante mi indiferencia. Busqué una medicina, la usual, una aria de Mozart, Regula Mühlemann. Leve mejoría. Luego Julia Lezhneva interpretando arias de Händel. Ese fue mi puente a una nueva salvación. Pensé que moriría esta tarde. Ya no estoy tan seguro. 

Leo a Richard Burton y a Robert Burton, la melancolía afuera y adentro. El mundo entero para buscar el sentido de si mismo. Las serranías de lo innombrable, la peculiaridad, la unicidad, la alegría como motor incombustible de esa búsqueda, y a ratos... y a ratos... la falta de combustible en medio del más grande de todos los desiertos, allá donde no llegan noticias ni del más precavido dios. Y mis letras, cada día más encapsuladas, desguarnecidas de alegría, de organigrama, fieras de hartazgo, diría moribundas, como una vela encendida que resiste el paso de un ventarrón a través de un ventanal sin vidrios.

No hay razón para estar así. No particularmente hoy. El desastre siempre es desastre. 

Imagen: Evard Munch



El santo bebedor


Café amargo para espabilar el alba. Comenzamos leyendo a Thomas de Quincey. Del asesinato considerado como una de las bellas artes. El prologuista lo emparenta con Una modesta proposición, de Jonathan Swift, donde se plantea la necesidad de comerse a los niños pobres irlandeses para solucionar los apremiantes problemas demográficos. Las sociedades adictas a lo extraño y morboso, descritas por Quincey, me recordaron a Eduardo Molaro, autor del ingenioso Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús, donde las sociedades extravagantes, la solidaridad y las trompadas andan a la orden del día.

La mañana sigue envuelta en llovizna. No se alcanzan a divisar las montañas. Miro el jardin desde la ventana y me pregunto por qué hay tantos colores de rosas. Carezco de respuesta. Me faltan conocimientos para describir sus variedades, sus mestizajes. Predominan los tonos rosado, amarillo y rojo. Pero también las hay fuccia, naranja, magenta, violeta y burdeo. Abro el archivo de Chéjov. “Aniuta” acepta su destino con resignación, tal como la institutriz de “Poquita Cosa”. Personajes anónimos, desechables, habitualmente morenos, al servicio de los que creen escalar en la historia.

Culminamos la mañana con La leyenda del santo bebedor, de Joseph Roth. El clochard Andreas tiene dificultades para devolver los 200 francos a Santa Teresa. Sabe que lo hará. Es un hombre de honor, tal como su autor. Nos conmueve el anexo a la obra. Un viejo amigo de Roth, Hermann Kesten, crítico literario y novelista, lo describe en una obra posterior. Dice que solían escribir juntos en un café parisino. Que en las mañanas, mientras escribía, Roth estaba sobrio, y en las noches y madrugadas, siempre borracho. Luego, la última vez, Roth le leyó la recién terminada Leyenda del santo bebedor. “¿No es divertida?”, repetía en cada pausa. Prosigue Kesten: “Con su encantadora e irreprochable cortesía, Roth se puso en pie, me acompañó hasta la puerta del café, ya vacío y me dio la mano. El cuerpo estaba algo encorvado, un poco vacilante, la sonrisa empapada de melancólica inteligencia, y los ojos azules cansados y nublados, el bigotito rubio y las hermosas manos, la voz ya ronca y tan cordial... El escritor que me gustaba hasta en las cosas más circunstanciales y cuya voz poética conocía en cada una de sus cadencias... Se le veía tan inderrumbable, tan duradera y afectuosamente habitual, pese a todas las huellas del dolor, como la propia buena, dulce y querida vida:

Pronto le telefonearé, volvió a decir…” (Dos semanas más tarde Roth falleció)

Jack London y el silencio


Año 2073. Un anciano andrajoso y su nieto de doce años caminan por el sendero que alguna vez fue una bulliciosa carretera. Se cruzan con un oso y deben darle la pasada. El chico caza un conejo. El viejo anhela comer congrejos con mayonesa. En el deambular se encuentran con otros dos pequeños cazadores. Una pandemia de peste escarlata, también llamada la Muerte Roja, diezmó a la población en el año 2013, y él anciano es el único sobreviviente de aquellos años, el único que recuerda esa época de oro: 

–¿Sabéis, hijos míos, sabéis que yo he visto estas orillas hirviendo de vida? Aquí se apretujaban cada do­mingo hombres, mujeres y niños. En vez de osos a la espera de devorarlos, había allá arriba, en la cima del acantilado, un magnífico restaurante donde uno en­contraba todo lo que quería comer. Vivían entonces en San Francisco cuatro millones de personas. Y ahora, en todo el territorio, no quedan ni cuarenta.

Fue rápido y silencioso. La gente simplemente murió y todo quedó abandonado. El anciano llegó a pensar que era el único ser humano vivo en todo el planeta. Comió lo que pudo. A veces enlatados, despensas que no volverían a ser abiertas. Con los años la naturaleza fue recuperando el espacio perdido. Las enredaderas engulleron plazas y edificios, los animales salvajes impusieron su rugido. Caminó durante años evitando las ciudades, los cadáveres, las fieras, antes de encontrar a otro hombre. Al verlo se largó a llorar y quiso abrazarlo, pero ese otro sobreviviente era un ser despreciable. El anciano parlotea mientras acompaña a los muchachos. Intenta recrear ese mundo donde él era un profesor de literatura inglesa. Habla de valores, de formas de buena convivencia y de la abundancia de esa civilización extinta. Pero sus palabras retumban en las mentes embrutecidas de los pequeños cazadores como un indescifrable diccionario extranjero. De cualquier forma no es mucho lo que puede aportar. Solo sabe de poesía:

Hemos caído muy abajo, desesperadamente muy abajo. ¡Ojalá hubiera sobrevivido algún científico, algún físico o químico! ¡Qué preciosa ayuda sería para nosotros! Pero no fue así, y hemos olvidado toda la ciencia. 

La peste escarlata, escrita por Jack London en 1912, es la desesperanzadora mirada de un futuro cercano dominado por los magnates del capitalismo. Son ellos los que direccionan y resuelven, son ellos los que exprimen a la especie humana hasta hacerla expirar. Pero tal como las ratas, entre los hombres siempre hay unos pocos fuertes que sobreviven para que todo vuelva a empezar. Circulo vicioso que alcanzará una nueva cúspide en algunos cientos de miles de años, solo para volver a autodestruirse en una prosecución inacabable.

Más allá de las dunas de la orilla pálida y desolada, donde relinchaban los caballos y venían a morir las olas, los leones marinos seguían arrastrándose en las negras rocas marinas, o retozaban entre las olas, emi­tiendo mugidos de batalla o de amor, el viejo canto de las primeras edades del Mundo.. 
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