Echado de la historia

Faulkner no quería ser husmeado. Su vida privada debía cerrarse con un cerrojo inviolable tras su muerte. Sus cartas, su familia, sus amigos, sus asuntos, nadie tenía derecho a entrometerse. Ese era su deseo. La obra terminada debía bastar para admiradores y curiosos. La obra autonomizada de su autor. Un universo distinto y eternizable en la medida que el interés de los lectores lo dispusiera así. 

En cierta ocasión le escribió al escritor Malcolm Cowley: «Estoy chapado a la antigua y soy además un tanto lunático. No me gusta que mi vida y mis asuntos privados puedan ser utilizados por todos aquellos que puedan pagar el precio que está marcado en el libro, o porque tienen un amigo que lo compró y se lo va a prestar. Mi ambición, como persona reservada que soy, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir como algunos isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias y mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió».

Esta noche recordé esa determinación al abrir las Cartas escogidas de William Faulkner. Trabajo recopilatorio que realizó su también biógrafo Joseph Blotner. 

Jill Faulkner Summers, hija y albacea del gran escritor norteamericano, facilitó el camino para que el conjunto de huellas escritas de su padre fuesen divulgados. 

Es decir, ni su hija, ni su biógrafo, ni sus admiradores, ni estudiosos, ni yo mismo, en esta fría noche cordillerana de junio, hemos respetado la voluntad del escritor. 

Avanzo en ese trajinar cotidiano que expresan las cartas. Nada es intencionalmente literario y a la vez todo es literario. Paradoja irresoluble. Faulkner, hombre práctico al que poco le importaba filosofar sobre trascendencias, tenía perfecta conciencia de la calidad del universo literario que estaba construyendo. Y la tenía porque iba entrelazando un tejido complejo con meticulosidad de artesano. Por eso todo lo tangible, humano, posible e imaginable le concernía. Eran los insumos para su fábrica creativa. Y esa inmensa variedad de temas es lo que reflejan sus cartas.

Se acerca la medianoche. El toque de queda pandémico nos ha sobrecargado de silencio. Lo combato con Nulla in mundo pax sincera interpretado por Emma Kirkby. Algunos perros lejanos parecen mordisquear la baja niebla con ladridos monótonos.

Se suman cartas con pisco añejo y maní tostado mientras sigue bajando la temperatura en el valle de San Fabián de Alico. 



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