Luego pensé en los poetas


Tras un mal dormir y un peor despertar, desayunamos frugalmente con Romina. Ella un tazoncito de leche caliente con galletas de sésamo. Yo, mate cocido con pancito integral untado con miel de diente de león. Romina atenta al trabajo en redes desde su celular. Yo mirando la ventana que nos proveía la belleza del rocío matinal deslizándose por las flores del manzano. En algún momento nos pusimos a hablar sobre la ética política. Esto a propósito de que la hija de Fernando Atria había renunciado como asesora de un constituyente tras reclamos de sectores de derecha.

Lo lamenté personalmente porque la he visto en transmisiones en vivo poniéndole bufandas de cercanía social a su padre, desde su propio hogar, junto a la chimenea, con un vino, apenas dejando de cenar, con Atria escarbando con la lengua sus restos de comida cual serpentil mondadientes. Y ella, llamándolo al ring cotidiano, al ras de suelo, al sentir de los que poco o nada tienen. Para que reflexione desde ahí, con la mirada y las ojotas del sueldo mínimo.

Le comenté a Romina que no me parecía apropiado actuar siempre al son de la derecha, dejar que el relato de ellos domine siempre la agenda, que sus estandartes de moralidad (teñidos de sangre, deshonor y abundante mierda) predominen siempre en la conducción política. Porque la batalla es permanente, y ellos, esencialmente, representan la maldad misma, la corruptela por antonomasia. Son capaces de todo, y así lo han demostrado millares de veces en Chile y el mundo.

Y en los sectores progresistas, que están lejos de salir indemnes de un enjuague de buenas prácticas, quedan sin embargo significativos sectores a quienes la ética sentida y asumida con honestidad, así como la ingenuidad respecto de la maldad de su antagonista, los termina enfangando y a menudo hundiendo.

Luego nos silenciamos y pensé en los poetas. ¿Cuál es su papel político en la historia? Y concluí sin mayor convicción ni entusiasmo en que los poetas militantes no son dañinos sino con un fusil. Y si es que saben disparar. O con maquiavelismo. Con los subterfugios perfeccionados de tanto escapar del hambre. Aunque debiéramos reconocer que los poetas desprovistos de sólidas columnas de ética pueden fácilmente producir otro Stalin, otro Karadzic, ambos orgullosos rapsodas. El Terror francés mismo fue obra y gracia de poetas. Y qué decir de Adolfito, a quien la poesía visual le apaciguaba la necesidad de urgente gloria.

Las bengalas de la poesía, pues, solo sirven para acompañar el desconsuelo, y escasamente para incendiar el ánimo. Véase en este último caso, Miguel Hernández. Y la poesía guitarreada de Violeta Parra. Eso me llevó a imaginar que las siguientes batallas tendrán tamborileos de Orihuela. Tonadas y marichiweus que asomaron en San Fabián de Alico.

Quise seguir mi disquisición por el callejón sin salida de la condición humana, pero allí todo lo anterior se esfuma, la gravedad misma se relativiza, y hay pantanos y geisers y trampas con clavos y gases de muerte disparados en fuego cruzado, y donde sobrevivir con dignidad no es menos difícil que un juego de calamar.

Fue el momento en que se me acabó el mate cocido y me dispuse a mentir literariamente sobre la vida.

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