Cuando pasan los días y no tengo tiempo para sentarme a leer un buen libro, siento que me convierto en una levedad ambulante, sin médula, sin peso específico, incapaz de generar pensamiento propio, de alimentar la voz literaria, o siquiera de construir un cacharro inútil. Llueve a cántaros. Hemos llegado saltando sobre pozas. En el camino compramos hallullas donde Jiménez. Nos sacamos las parcas mojadas. Tatón quiere entrar pero está convertido en un estropicio perruno. Gusta de perseguir a los pollos bajo la lluvia y se embarra y se pincha de zarzamoras. Lorena prepara café. Esparzo galletas de avena sobre un pocillo y me apresuro a abrir un libro, cualquier libro. Es mi oxígeno, mi píldora, mi evasión ante todo lo miserablemente fútil que hay sobre la tierra.
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