Lorena se recuesta a leer Into
the wild de Jon Krakauer. Previamente intentó bajar la película homónima, pero estaba en gallego y tenía partes mudas. La veo avanzar muy concentrada. Lee más rápido que yo. Hace dos días
empezó ese libro. Antes leyó Muerta Ciudad Viva de Claudio
Ferrufino-Coqueugniot, y antes, Sputnik mi amor, de Haruki Murakami. Yo suelo ser más disperso, inconstante, una nube en pantalones, como diría Maiakovski. Ayer y hoy transité por Vacas, cerdos, guerras y brujas de Marvin Harris. Me atrae esa especie de marxismo antropológico, ese tanteo explicativo en torno a nuestras más eficaces formas de supervivencia. También anduve rastrojeando información sobre Bertrand
Russell, y hasta leí algunas páginas de La conquista de la felicidad, libro que
exasperaba a Wittgenstein. Como me deleita la hociconería histórica repasé el sarcástico capítulo que le dedica Paul Johnson en Intelectuales. Sin embargo, mi
impresión positiva sobre Russell supera a la negativa. Hoy divagué todo el día
sobre Foster Wallace. Un genio tomando nota de su laberinto mental, un totalitarista del sentido de la vida, absorbido por insignificancias y superestructuras. Los salvavidas de lingüística no tenían suficiente aire, menos los de poesía, y se hundía, y se hundía. Siento semejanzas con su proceder creativo, creo
entenderlo más de la cuenta. Puede sonar preocupante salvo por el hecho de que
ya estoy suficientemente muerto. Soy apenas una locuacidad burlona de ultratumba, sin alma, sin cuerpo, sin esperanza, mis cacharritos quedaron sin dueño, y estas letras son tecleadas gracias a la breve licencia que
me otorgó un dios paleteado.
¿Y la Ira dónde irá a parar? Ira como la Lira, ¿Delira notas del océano de fuego polar? Me pregunto si algún día volverán a juntarse los continentes para reencontrarse bailando un último vals.
ResponderEliminarGrande amigo Jorge Muzam.