Dame tiempo, señor. Dame insomnio. No me lleves como a Büchner ni dejes que la hybris carcoma mis horas. Aleja las tetas de mi vista, los culos formidables, los rostros de ébano, las francesas tristes. Escóndeme las pornos. Quítame tanta melancolía inútil. Zarandéame con violencia cuando mire excesivamente el suelo. Ese pisarse la cola carece de solución. Déjame acariciar las gravillas antes de que sean cortadas, inventar juegos ilógicos, chapotear desnudo en la orilla de cada raudal, palpar el Morse encriptado de la rocas, poemas desesperados de estrellas agónicas. La memoria ha entrado en default y ha cerrado numerosas sucursales por quiebra, por dolor, por desidia. La memoria debiera escindirse de la nostalgia. Dame la paciencia de Nabokov para escarbar en ella, para escudriñar en los detalles, en el temblor de las sillas de mimbre al prodigar el descanso de tantas épocas. Debo escribir y leer. Sobretodo leer. El diálogo de las mentes prodigiosas debe ser consumado. No me abandones nuevamente. No tengo a quien más recurrir. Tú tienes la llave, la prórroga, el poder del milagro.
Acertada plegaria, dios se la conceda mi amiguito querido
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