A veces reflexiono mirando la lluvia con un cigarro encendido que no llego a probar. Habitualmente pienso huevadas lúcidas, creo comprender cosas y hasta salto las alambradas de muchas dimensiones sin fumarme ningún porro.
Romina me observa preocupada. El último mate que me ofreció sigue lleno. Si mediar diálogo previo le digo que no sobrevalore las formas culturales que nos impusieron desde la cuna, que les cierre definitivamente la puerta porque sólo traen culpa y sufrimiento, y porque muy a menudo las hicieron puros zoquetes infames de aliento hediondo y escasas luces, grandes herederos vagos encerrados de por vida en jaulas de privilegio, castradores castrados que impusieron sin saber ni comprender más allá de sus rejas.
Romina me observa preocupada. El último mate que me ofreció sigue lleno. Si mediar diálogo previo le digo que no sobrevalore las formas culturales que nos impusieron desde la cuna, que les cierre definitivamente la puerta porque sólo traen culpa y sufrimiento, y porque muy a menudo las hicieron puros zoquetes infames de aliento hediondo y escasas luces, grandes herederos vagos encerrados de por vida en jaulas de privilegio, castradores castrados que impusieron sin saber ni comprender más allá de sus rejas.
Vivimos nuestra propia primavera, le digo, nuestra revolución personal, nuestra religión de a dos, y no tenemos que usar el machete para hacer camino al andar, pues la selva nos deja pasar libremente, y luego nuestras huellas se borran, porque cada uno debe hacerse su propio camino, posesionarse de su única vida, de su sucesión de momentos. No hacerlo es una cobardía, una demostración de debilidad intolerable, un horizonte distorsionado con humo de caucho...
Romina no me dice nada y solo me estira un nuevo mate.
Romina no me dice nada y solo me estira un nuevo mate.
Leo Los hombres oscuros, de Nicomedes Guzmán. Tiene un tono sombrío, una lírica de callejón, como de gato vagabundo que se alimenta de flores. Claudio me dice que Camilo José Cela lo consideraba el mejor narrador hispanoamericano. Enrique Lafourcade, por su parte, se refiere reiteradamente a Nicomedes en sus crónicas. Dice de él que escribía poco, que sus actividades partidarias lo consumían, que vivía recorriendo Chile, hablando con pescadores, obreros, desempleados, que ayudaba en lo que podía, que en generosidad y entusiasmo no se la ganaba nadie, que era eso sí muy garabatero, como buen hombre de pueblo.
Sigo leyendo:
"En la noche, de vuelta de una cafetería cualquiera, me acuesto y pienso acerca de cosas que embotan mi cerebro. A veces, me pongo a recordar las piernas que vi durante el día, y me complazco, contemplando hermosas pantorrillas, llenas de tentación con sus tenues y celestes venitas y con los rubios o negros vellos aplastados bajo la transparencia de las medias..."
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