Confieso que a veces me muerdo la lengua por no poder defenderme de personas que se escudan en la dictadura del lenguaje políticamente correcto.
Desde hace años que no es posible defenderse del ataque de un homosexual, de una lesbiana, de una feminista, de un minusválido, un gordo, un negro, un indio, un anciano, un menor de edad, una mujer y menos que nadie de un susceptible judío.
No es algo personal contra grupo alguno, contra condición alguna, creo tener mis prejuicios a raya, pero muchos de ellos suelen actuar con extraordinaria agresividad escudándose en la imposibilidad de que les respondan de vuelta.
Sucede mucho en la creación artística. Todos estos sectores tienen el estrado ganado de antemano, aunque algunos de ellos sean horrorosamente mediocres. Si alguien le dice a un indígena que escribe como el culo lo tildarán universalmente de nazi. Si alguien le dice a una feminista que sus argumentos suelen ser gruesamente huevones y panfletarios, pues se ganará un pasaje en tercera clase al infierno.
De esta forma, sólo puedo pelear con hombres de mi nivel, peso y tamaño, que también son muy escasos. Del resto, sólo esperar golpes.
Una actitud políticamente correcta, necesaria para convivir pero que a la larga nos amarga la existencia.
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