Escribir es como plantar un bosque de alerces. Algunos podrán hacerlo en el centro de la metrópoli, allí donde duermen las estatuas y pasean los pavos reales. No importando el tenor de lo que escriban, igualmente recibirán satisfechos el visto bueno de las multitudes.
Otros en cambio lo harán en lugares recónditos, allí donde hasta los GPS quedan por ignorantes.
Ambos perdurarán con mérito disímil durante miles de años, aunque esto sólo lo sabrá el viento.
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