Hará veinte años escribí numerosos artículos sobre
teorización literaria (no teoría literaria, pues mis elucubraciones partían de
mi propia arbitrariedad apreciativa).
Estos artículos incluían el análisis
de obras de escritores conocidos y poco conocidos, chilenos y latinoamericanos, que a mi juicio intentaban avanzar por un camino excesivamente ripiado o pantanoso. Explicité
allí mi exasperación con la poesía erótica, casi siempre idéntica una a la otra
(había excepciones, escasas, y las dejé de manifiesto) También aventé por la
ventana toda la creación patriotera, nacionalista, costumbrista,
tradicionalista, utilitaria, politiquera, de autoayuda o guiada
por una escuela literaria. Fui bastante rudo, lo reconozco. Desde entonces me gané el mote de “agitador literario”, de “crítico resentido”y de “saco de huevas”.
Luego me puse excesivamente sentimental y hasta culposo por haberle intentado socavar el piso creativo a muchos creadores que nada malo me habían hecho.
Me sobrevino el funesto síndrome de la tolerancia democrática, de que todos
tenemos igualitario derecho a escribir y a publicar lo que se nos de la gana
y que es papel de los lectores el escrutinio final de una obra.
Sin embargo, esta contención democrática dejó igualmente farfullando
mi intolerancia. No me opongo a que otros publiquen, sino a que se publique tanta basura. Al menos permítaseme altoparlantear mi conciencia ecologista, el absurdo asesinato en serie de árboles cuyos antepasados confirieron inmortalidad a Tolstoi o Faulkner.
Hay personas adineradas, o arribistas, que tienen facilidad para publicar en papel de alta
calidad, con ostentosos lanzamientos y cientos de invitados que van a expeler
su fetidez alcohólica de burgueses urbanos. La publicación será un suceso
mediático que servirá para que cada uno de los invitados muestre sus plumas y
exponga con gran impostación los recuerdos de los resúmenes que han leído
últimamente. Se comprarán algunos ejemplares autografiados por el autor y se escribirá alguna reseña en los
pasquines de la izquierda exquisita, o al menos se mencionará en los acápites culturales de la prensa oligarca. Luego sólo acumular polvo para la
posteridad. Nada de eso significa que lo que se ha publicado tenga algún mérito
literario específico. En principio sólo ha sido un breve carnaval de vanidad y
ostentación.
Existen otras personas que caminan desde pequeños cuesta arriba, con todo en
contra, siempre sobreviviendo, y a quienes la inquietud literaria les llega de
no se dónde, y que también empiezan a escribir. Es el escritor espontáneo, quizá el
más genuino, el que nunca tuvo el tiempo para el ocio de un taller literario, y
si lo tuvo, probablemente llegó tarde a cada reunión, y muy cansado, a veces ebrio, y no se
pudo concentrar (porque pensaba en como cogerse a la escritora morocha sentada al lado o en las cuentas que no había pagado o en el frío o en el probable asalto que le
deparaba en su largo regreso a casa) y en muchas ocasiones hasta se quedó
dormido. Es el que nunca ha publicado o lo ha hecho en papel de cartón, y a su
lanzamiento sólo asistió su abuelita y un par de perros vagos apostados en la puerta.
Es el que ha leído poco, pero bien leído, y aunque maldice a la vida por no
tener tiempo para leer mucho más, igualmente puede deletrear mejor que nadie el
sentido luminoso de cada sol.
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