Ser niebla

Quiero amanecer dentro de un banco de niebla en mitad de la montaña. Diluirme con los primeros rayos del sol. Es un sueño que tengo de pequeño. Ser niebla, ser invisible, vagar por los aires sin ser visto y volver a dormir cada noche sobre el mismo bosque de avellanos en mitad de la montaña.




Fotografía: Otoño en San Fabián de Alico. Jorge Muzam.

Raíces aferrándose a las rocas

Me aferro a las horas tal como los aromos que nacen y crecen desde la verticalidad de los acantilados. Extendiendo largas raíces entre las piedras de la cultura universal, estableciendo diálogos en el tiempo con escritores filósofos, inventando formas levemente distintas de decir lo mismo de siempre, no añorando demasiado los días recientes, los días rotos, porque eso debilita las raíces que me sostienen ante el despeñadero.


Fotografía: Lorena Ledesma

Rey de los muertos

Cierta tarde calurosa decidimos bajar al río por el camino del cementerio. Irnos por allí nos hacía más llevadera la marcha, por cuanto esa ruta está sombreada por álamos blancos. Lorena se detenía cada pocos metros a tomar fotografías. A veces captaba un aguilucho sobre un poste, una bandada de jilgueros o una solitaria nube navegando por el cielo azul. 

Antes de bajar al río nos aventuramos por el cementerio. El silencio sólo era interrumpido por las chicharras de un castaño y ciertos rumores de brisa en lo alto de los cedros. El portón de latón oxidado rechinó al abrirse. Recorrimos las viejas tumbas descubriendo nombres y apellidos raros, lápidas excéntricas, mausoleos pomposos entre los descendientes de anglosajones, judíos, palestinos y vascos, cierta austeridad entre los andaluces y cruces podridas sobre promontorios de tierra como únicas huellas del campesinado pobre. Muchas de ellas habían sido tragadas por la zarzamora y los nombres de sus moradores eran apenas identificables. Todo el clasismo de los vivos reproducido con exactitud entre los difuntos. Para nuestra sorpresa, ningún mapuche había parado la pata por esos lados.

Tras visitar la totalidad del cementerio, decidí anexionarlo a mi imperio, y declaré solemnemente a todos esos muertos como mis súbditos. Lorena estuvo de acuerdo y tomó nota oficial del asunto. 

Fotografía: Bruce Gilden

Entonaciones afectivas


Escarcha matinal y desfile de torcazas en la cordillera andina. Las empinadas paredes rocosas son humedecidas por las nubes que van hacia el sur. Más abajo los álamos amarillos compiten en prestancia con los bosquecillos de robles que mutan de marrón a rojizo. El viento bombardea los lomos de los cerdos con nueces y encinas. Los higos intensifican su madurez violeta y las cajetillas de castañas se precipitan como naves de Ka-El.

Ante cada persona que despierta nuestro afecto, o ante cada animal, usamos palabras deformadas o sonidos muy particulares. Onomatopeyas nuevas o refaccionadas. Añuñuis del habla. Encantamientos para los que el lenguaje normal no tiene expresión. Quien los recibe se siente acogido, respetado, único en su parcelita de amor.

Don Justo mantiene su inquietud posada en la lejanía. Nadie más parece comprender la desaparición del perro Malacara. Lo que significa para los días usuales. El abismo que queda en el sentimiento. Por eso la marcha nocturna, los zapatones de caminata, la bufanda hasta las orejas, como una última cruzada de vida hasta encontrar a ese amigo perdido.

Imagen: Fotograma de la película argentina Historias Mínimas de Carlos Sorín

Váyase Guzmán

Cuando no estoy juntando letras me desvanezco en un lago de niebla. El trabajo brutal me suele ayudar, me agota físicamente, pero mi mente sigue siendo un rápido de rafting, una efervescencia descontrolada cayendo desde un tepuy. ¿Cómo apaciguarla? Con cierta poesía, con álamos amarillos, con Philip Glass, con brisas mozartianas. Busco narraciones que sincronicen con mis ánimos, que me depositen como un pichón políglota en el nido de un cuco ciego. De tanto escarbar siempre llego a las mismas voces, mis amigos de letras, compañeros de viaje en este tramonte cósmico. Llevan mochilas bien provistas. Cerveza fría, libretas con hojas en blanco, carne seca para la noche. Son incorrectos, y eso me gusta, así no me siento tan solo, pues nunca pude amoldarme, y también digamos que nunca pudieron ponerme la soga, llegué a ellos, a mis amigos, como una gota de mercurio extraviada. Philip Roth, Céline, Nabokov, el bueno de Steinbeck, el peruano Vallejo, una suma no tan larga, y esta noche, nuevamente, Allan Sillitoe.

Horizonte disuelto

Maduraron los membrillos después de la última lluvia. Las nueces siguen cayendo y las avispas danzan en torno a los racimos de uva negra encaramados en las antenas. La bruma azulada se atrincheró en las montañas y nos dejó sin un horizonte taxativo. Los álamos amarillos se difuminan en la niebla baja como estoicos palitroques disolviéndose en la nada. Es un día frío y silencioso, con leños de pino crepitando en la chimenea y carpinteros negros visitando a los viejos manzanos.

Literatura política

Si eres escritor y no eres indolente al devenir de los hombres, es imposible que el huracán político no te atrape tarde o temprano. Trabajas con ideas, eres hábil, tienes olfato de sabueso para captar la grandeza y la miseria en los demás, para captar sus luces y sombras, sus miedos y osadías, puedes esclarecer las ideas, manipularlas, tergiversarlas, y hasta convertirlas en una refulgente marca ideológica para tatuar el trasero de los asnos. 

Marzo de 2014. Ricardo Piglia decide no viajar al Salón del Libro de Paris por discrepancias irreconciliables con los organizadores. Intuye una emboscada político-cultural anti-kirchnerista en la capital francesa.

Una historia no basta

Una historia no basta para vivir. Por eso lees novelas o biografías, por eso te adentras en la historia universal, escuchas a los abuelos, ves películas, por eso auscultas lo que sucede en las vidas vecinas o reescribes mentalmente capítulos de tu propia vida volviendo ideal lo que entonces pareció funesto.


Imagen: Bruno Schulz

Intolerable patudez

No solía recoger personas, y no era por falta de generosidad o por temor. Al fin y al cabo qué podían quitarme, mis tarjetas siempre estaban reventadas, mi reloj era taiwanés y el vehículo se adscribía al club de los espantamóviles. No recogía personas porque no quería que estropearan mi silencio, ¿de qué podía hablarles? No encuentro placer en hablar por hablar, menos en escuchar problemas de otros, o en comentar el clima. Preferiría la telepatía, que adivinásemos intenciones, que bastara una mirada. 

El hecho es que recogí a esa solitaria muchacha que perdió el último colectivo a la cordillera. Lo hice sin pensar. Sólo detuve el auto ante su requerimiento. Una vez a bordo nos quedamos mirando y nos reconocimos de inmediato. Era la desquiciada Alicia Cornejo, mi compañera de primaria y cómplice de mis primeros actos delincuenciales. Nos abrazamos como dos huérfanos que se reencuentran después de pasar mil penurias. Tenía algunas arrugas y estaba más gruesa pero conservaba intacta su risotada ronca de Nanny. De verdad me sentí alegre, pues no he tenido muchas amigas inmorales en mi vida. Me contó que estaba separada, que no tenía hijos y que trabajaba en Lan Chile. Le pregunté si llevaba mucho tiempo sin culear y me respondió "compruébalo". Nos reímos. No me sorprendió su respuesta. Ya en primaria tenía mente de pornostar, sucia, vulgar y festiva.

Síndrome Barry Lyndon

Tal como Barry Lyndon, prometí en algún momento no descender de la condición de caballero. Orgulloso y convencido de mi talento literario, he vivido varias vidas y muertes, a veces como santón, reyezuelo, puto o borracho. He pasado infortunios y alegrías, y a veces salvé el pellejo por un rasguño. Varias mujeres me amaron y a la mayoría las amé de una forma parecida. Para algunas me convertí en un dios y para otras fui un granuja de la peor ralea. 

Si hubiese sido más disciplinado, a estas alturas debería estarme chamuscando en el infierno, pero como he dilatado las cosas, ninguna novela del tiempo ha sido terminada. Mis maldiciones son prórrogas infecundas, seducciones inesperadas, cuentas por saldar.

No alcancé estrellas, ni títulos, ni menos un reconocimiento masivo. Me leyeron y valoraron más críticos literarios que lectores. y al final eso fue suficiente. Y aunque creí merecer más ventas que Stephen King, apenas rivalicé con Kafka.
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