La última lluvia de septiembre pulverizó el florecimiento de los cerezos. El granizo hizo lo propio con camelias y ciruelos tardíos. La postal japonesa se diluyó en un bombardeo de pétalos blancos. Miramos por la ventana el desvanecimiento de la tarde como viejos coroneles garciamarqueanos. Los gallos andan perplejos, estirando el cogote para que el agua escurra. Queda poco café. Casi nada de verduras. La camioneta del casero no pasará hasta el martes. En una breve escampada logramos encontrar el gato y darle de comer. Pozones de agua reproducen el cielo gris conejo.
Romina trabaja en un vídeo testimonial de su trabajo en Valdivia. A ratos la logro interesar en la cinematografía de Terrence Malick, sus motivos, la paradoja que envuelve la belleza, la histérica condición humana, siempre oscilante, bipolar, ensalzando, oprimiendo, redimiendo.
Avanza la noche. Café y tostadas con miel. Abrimos un documental sobre Hayao Miyazaki. Su mundo cotidiano. El historial de Ghibli. La amistad creativa con Isao Takahata. El mirador de nubes sobre su despacho. El registro coincide con el estreno de El viento se levanta. Años de trabajo que rinden a la humanidad una obra maestra. Pero Miyazaki está pesimista. La avalancha impositiva de la extrema derecha cercena la libertad creativa, reduce los temas, acorrala la imaginación.
Las nubes se van con la madrugada. Silencio espiritual de grillos. El fuego de la estufa fenece antes que aclare. Ya es lunes. Debemos dormir algo antes de ir a trabajar. Octubre desempaca espolvoreando escarcha sobre el valle.