El invierno de nuestro descontento se ha engullido agosto. Se acaba la leña en la mayoría de las casas. El drama es buscar quien la venda, quien la transporte, que esté medianamente seca, y sobre todo que el metro de leña sea efectivamente un metro. Pero nunca sucede. La mayoría engaña. La plusvalía del timo se superpone hasta en un kilo de zanahorias. Sigo sumando letras, respirando vida cotidiana, lo que es parecido a vivir en un ring sin campana. Se suman contiendas. Sueles ganar por puntos. A veces te derriban con una pateadura en tu talón de Aquiles, en uno de los tantos, porque eres vulnerable, sentimental, te importan hasta los mirlos, los patos río arriba, el cangrejo seco sobre la piedra asoleada.
A veces me parece asombroso que estas manchitas negras signifiquen algo. Y ni siquiera con un vino mediante. Asombroso como el envejecimiento de mi mirada en los ventanales sucios. Me duele la época, la única de la que puedo testificar. Tenemos todo el conocimiento para ascender a dioses, para comer y vivir en armonía, para deleitarnos con la cultura universal que ha sumado infinidad de paraísos, milagros humanos, mentes que ofrendaron su lucidez, su generosidad, su bendita locura. Tenemos tanto para vivir en un comunismo perfecto, y sin embargo seguimos siendo ratas, quizá cada vez peores. Ratas asquerosas, ratas enfiestadas, ratas malévolas empujando la marcha mundial hacia el definitivo desbarranco.
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