Rápido se otoñea el paisaje en el valle de San Fabián. Los espíritus de pintores impresionistas juegan a tinturar árboles y cerros. Hay belleza suficiente como para exportar a otras galaxias. Sumo lecturas sin terminar las que están en curso. Mi torre de libros superará el Burj Khalifa. Será la huella que me trascienda. Un monumento inútil que sombreará hormigas holgazanas.
Traje de San Antonio las Crónicas imperdonables de Daniel de la Vega. Esta tarde, mientras bebía un Gato Negro, leí sobre las andanzas de Pedro Cordero, andrajoso pirquinero copiapino que busca una veta para cambiar su suerte. Duerme sobre sacos. Ni cama tiene. Menos aun respeto. Una noche sueña que una niña lo conduce hasta Sierra Flamenco y le indica un lugar. Despierta sobresaltado.
Al día siguiente se dirige hasta el lugar soñado y empieza a cavar. Cree encontrar una buena veta, pero quiere asegurarse y lleva una muestra para el análisis. El resultado es portentoso. Diez kilos de oro por tonelada. Busca a un socio capitalista y se reparten las ganancias. Cordero no quiere cuentas bancarias ni mansiones, solo quiere su paga diaria y tomársela con quien desee acompañarlo. Llega a las tabernas y compra todo lo que está en su interior. Los taberneros se van felices contando los fajos. El oro provee. Llegan funcionarios, almaceneros, dueñas de casa, hambrientos, curiosos, todo el que golpea es invitado a seguir esa fiesta interminable. Pasan días y meses y Cordero sigue comprando tabernas y ofreciendo trago y comida a todo el que lo acompañe.
Traje de San Antonio las Crónicas imperdonables de Daniel de la Vega. Esta tarde, mientras bebía un Gato Negro, leí sobre las andanzas de Pedro Cordero, andrajoso pirquinero copiapino que busca una veta para cambiar su suerte. Duerme sobre sacos. Ni cama tiene. Menos aun respeto. Una noche sueña que una niña lo conduce hasta Sierra Flamenco y le indica un lugar. Despierta sobresaltado.
Al día siguiente se dirige hasta el lugar soñado y empieza a cavar. Cree encontrar una buena veta, pero quiere asegurarse y lleva una muestra para el análisis. El resultado es portentoso. Diez kilos de oro por tonelada. Busca a un socio capitalista y se reparten las ganancias. Cordero no quiere cuentas bancarias ni mansiones, solo quiere su paga diaria y tomársela con quien desee acompañarlo. Llega a las tabernas y compra todo lo que está en su interior. Los taberneros se van felices contando los fajos. El oro provee. Llegan funcionarios, almaceneros, dueñas de casa, hambrientos, curiosos, todo el que golpea es invitado a seguir esa fiesta interminable. Pasan días y meses y Cordero sigue comprando tabernas y ofreciendo trago y comida a todo el que lo acompañe.
© Lander Zurutuza |
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