Acabamos Shosha a las cuatro de la mañana. Fue un momento triste porque nos tuvimos que desprender de una vida paralela en Varsovia. No volveremos a la calle Kroshmalna, al menos en esta obra. Bashevis Singer nos susurró su desesperanza en cien teorías extravagantes. Shosha permaneció niña viendo envejecer la historia. Hitler a la vuelta de la esquina. Stalin en la bocacalle. El fatalismo asesinó los sueños, hizo innecesario crecer, alimentar ilusiones. Al menos la alegría nunca se fue del todo, como el débil parpadeo de un sol agonizante.
No hay comentarios :
Publicar un comentario