El azaroso destino

Afortunadamente no soy de caer simpático a la primera ni a la segunda. Suelo generar suspicacias en quienes me escudriñan con ánimos útiles. Los funcionarios me detestan, me maltratan, me expatrian a la ventanilla del infierno. Un rictus burlón en mi rostro contribuye a hostilizar a mis interlocutores. No pocos huasos y matones han ofrecido sacarme la chucha pensando que me burlo de ellos. Pero soy astuto y sé escabullir los golpes. Casi siempre. Las damas, más evolucionadas, intuyen rápidamente que no soy un tipo muy serio. Tierno y viril, pero sólo para pasar el rato. Respecto a mi condición de escritor, que podríamos llamarle oficio, profesión, laburo, changuita, peguita, sacadura de vuelta, desviación burguesa, emprendimiento poco ortodoxo, inevitabilidad existencial, o simple hobby, como les gusta categorizarlo a mis enemigos y parientes, pues prefiero la invisibilidad. Asumo que tengo mucho de hijo de puta, de rufián y de santo bebedor. Insuficientes lecturas, potentes guantes de boxeo narrativo y una digestión cultural extravagante. Sé cuánto valgo creativamente, conozco mi lugar exacto en el estrado de escritores, y sé que eso no me garantiza boletos a ninguna estratósfera. Puedo ser polvillo de hoja otoñal o futura estatua cagada de palomas. Lo esencial lo dirá el azar.

Imagen: Saul Steinberg

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