No ha llovido desde octubre y ya son evidentes los estragos de tanta sequía. El paisaje se ha tornado amarillo. Sobreviven los espinales, tal como en los desiertos más secos. Las personas riegan sus jardines discriminando a las plantas y arbustos que no cuentan con su gracia. Mi huerto es grande y el agua tampoco me alcanza para toda la siembra. He tenido que privilegiar los tomates, pepinos, cebollas, morrones y sandías por sobre los porotos y papas. La sequía acelera los procesos. Los frutos maduran antes, sin alcanzar su tamaño normal, y se secan rápidamente para darle tiempo a la semilla de la sobrevivencia. Los cerezos que planté en invierno también están sedientos y hasta ahora han sobrevivido con la escasa niebla de las madrugadas.
Fotografía: Lorena Ledesma
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