Es agosto y el sol y la lluvia se reparten el día democráticamente. Florecen los primeros albaricoques del huerto y manchones amarillos de aromos se expanden por los cerros bajos. Siguen naciendo borregos saltarines y las gallinas ponedoras saturan los nidos superiores de alfalfa. Las que quedan abajo son perseguidas por los gallos rojos, erotizados como adolescentes libertinos. Almorzamos un guiso de arvejas y brindamos con vino tinto por el advenimiento de septiembre.
Repaso mi biblioteca. Entre mis últimas adquisiciones una vieja Antología de cuentos de Manuel Rojas publicada por Zig Zag. Tardé algunos días en hojearlo, porque tengo un cerro de libros a medio leer esperando su turno y trato de no abrir nuevos frentes. Pues hoy, mientras bebía mi té de la tarde, no me resistí y empecé a leer el cuento "Una carabina y una cotorra", que en realidad son dos historias distintas donde Rojas intenta demostrar cómo hasta en esas personas que nunca han hecho nada digno de mirar o considerar, a veces suceden cosas extraordinarias.
En la primera parte cuenta la historia de un indio de Tierra del Fuego que se acerca hasta la casa de un colono a pedirle su carabina. -Préstame tu carabina, patrón- le dice. Y el hombre le pasa su carabina y dos cartuchos. Dos días después regresa el indio con la carabina y un cartucho sin ocupar. En sus hombros trae un cuero de guanaco y la mitad del animal, los que obsequia al colono. -Toma tu carabina. Guanaco gordo, cuero very well. Good bye, patrón- dice antes de marcharse. Esto se repite semana tras semana casi sin variación, hasta que en una ocasión se le traba el arma al colono y no puede prestársela al indio. Este último vuelve una y otra vez y pregunta lo mismo de siempre, y el hombre le repite "carabina mala", tras lo cual el indio se va con su cara cada vez más triste. Pronto comprende el hombre que el indio se está muriendo de hambre y que no entiende lo que significa "carabina mala", así que se la presta tal como está y le pasa los dos cartuchos. A los dos días vuelve muy contento el indio con un cuero de guanaco en un hombro y la mitad del animal en el otro. Al devolver la carabina y el cartucho sobrante, le dice al colono: -Toma tu carabina. Guanacos gordos, cueros macanudos. Chao, patrón-. No hay preguntas ni explicación sobre cómo el indio arregló la carabina, el indio no entiende más palabras, no conoce más palabras, no se sabe siquiera su nombre ni donde vive, sólo pide y devuelve la carabina, y así la rutina sigue invariable por mucho tiempo más.
En el cuento "La cotorra" nos encontramos con Pedro Lira, un hosco vendedor de escobas que vive junto a su aporreada mujer y una cotorra. Todo en él es miserable y oscuro, sus sillas están rotas, su mujer viste harapos y sus escobas no dejan ganancias. Pero tiene una cotorra que es su único orgullo, su único motivo de satisfacción. Cada vez que regresa a su hogar y se sienta, hace repiquetear sus uñas en la mesa como si fuesen tambores militares. La cotorra acude a él y sube a su mano para ascender a la mesa. Una vez allí empieza una extraña rutina que sólo los dos parecen entender. La cotorra marcha sobre la mesa como una disciplinada soldadita, "la cotorra, puesta en trance, recta la posición, iniciaba el desfile del imaginario batallón lanzado a la muerte. Sus pasos, más largos que de costumbre, seguían el compás de la marcha, y allí, toda verde claro, la garganta, el pecho, el abdomen y la cola con dulces reflejos azulados, fileteada de amarillo aquí y allá, rosado el pico y de color carne las patas, no mayor toda ella que la cuarta de la mano de un hombre, parecía, marchando sobre la amplia mesa llena de manchas, un animado y breve resplandor de hojas nuevas...". Se intensifican los repiqueteos remedando la entrada en combate, el fragor de la batalla, las escaramuzas de la contienda, y la cotorra, cual Actor's Studio, representa a un valiente soldado arremetiendo contra el enemigo. En un momento, el hombre deja caer con fuerza su puño sobre la mesa simulando un obús, y la cotorra, tal como un heroico soldado, cae muerta en la mesa.
Tras unos minutos, el hombre exclama: -¡Soldados: la batalla ha terminado! ¡El enemigo ha sido vencido! ¡El regimiento vuelve a su cuartel!
Entonces se reinician los tambores y la cotorra, "único y digno soldado de aquel regimiento, abandonando su papel de soldado muerto, volvía, más afortunado que otros soldados, a desempeñar su papel de soldado vivo".
Dibujo: Lourdes Marie Figueroa
En el cuento "La cotorra" nos encontramos con Pedro Lira, un hosco vendedor de escobas que vive junto a su aporreada mujer y una cotorra. Todo en él es miserable y oscuro, sus sillas están rotas, su mujer viste harapos y sus escobas no dejan ganancias. Pero tiene una cotorra que es su único orgullo, su único motivo de satisfacción. Cada vez que regresa a su hogar y se sienta, hace repiquetear sus uñas en la mesa como si fuesen tambores militares. La cotorra acude a él y sube a su mano para ascender a la mesa. Una vez allí empieza una extraña rutina que sólo los dos parecen entender. La cotorra marcha sobre la mesa como una disciplinada soldadita, "la cotorra, puesta en trance, recta la posición, iniciaba el desfile del imaginario batallón lanzado a la muerte. Sus pasos, más largos que de costumbre, seguían el compás de la marcha, y allí, toda verde claro, la garganta, el pecho, el abdomen y la cola con dulces reflejos azulados, fileteada de amarillo aquí y allá, rosado el pico y de color carne las patas, no mayor toda ella que la cuarta de la mano de un hombre, parecía, marchando sobre la amplia mesa llena de manchas, un animado y breve resplandor de hojas nuevas...". Se intensifican los repiqueteos remedando la entrada en combate, el fragor de la batalla, las escaramuzas de la contienda, y la cotorra, cual Actor's Studio, representa a un valiente soldado arremetiendo contra el enemigo. En un momento, el hombre deja caer con fuerza su puño sobre la mesa simulando un obús, y la cotorra, tal como un heroico soldado, cae muerta en la mesa.
Tras unos minutos, el hombre exclama: -¡Soldados: la batalla ha terminado! ¡El enemigo ha sido vencido! ¡El regimiento vuelve a su cuartel!
Entonces se reinician los tambores y la cotorra, "único y digno soldado de aquel regimiento, abandonando su papel de soldado muerto, volvía, más afortunado que otros soldados, a desempeñar su papel de soldado vivo".
Dibujo: Lourdes Marie Figueroa
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