Váyase Guzmán

Cuando no estoy juntando letras me desvanezco en un lago de niebla. El trabajo brutal me suele ayudar, me agota físicamente, pero mi mente sigue siendo un rápido de rafting, una efervescencia descontrolada cayendo desde un tepuy. ¿Cómo apaciguarla? Con cierta poesía, con álamos amarillos, con Philip Glass, con brisas mozartianas. Busco narraciones que sincronicen con mis ánimos, que me depositen como un pichón políglota en el nido de un cuco ciego. De tanto escarbar siempre llego a las mismas voces, mis amigos de letras, compañeros de viaje en este tramonte cósmico. Llevan mochilas bien provistas. Cerveza fría, libretas con hojas en blanco, carne seca para la noche. Son incorrectos, y eso me gusta, así no me siento tan solo, pues nunca pude amoldarme, y también digamos que nunca pudieron ponerme la soga, llegué a ellos, a mis amigos, como una gota de mercurio extraviada. Philip Roth, Céline, Nabokov, el bueno de Steinbeck, el peruano Vallejo, una suma no tan larga, y esta noche, nuevamente, Allan Sillitoe.

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