Fue un viaje inventado, a pito de nada. Un oasis en medio del tráfago laboral, las levantadas de madrugada, el sol a cuestas. Lorena tenía que cobrar su salario en un Servipag de Chillán, y aunque podía ser cualquier otro día lo usamos como excusa.
Recorrimos el Jumbo, enorme supermercado donde se vende todo lo imaginable, desde langostas vivas hasta televisores de 60 pulgadas. No teníamos interés en comprar nada. No teníamos un plan de recorrido, solo caminábamos por inercia. Así llegamos hasta las estanterías de películas y libros. Eso nos atrajo. Clásicos de Orson Welles, música de Leonard Cohen, biografías de Salinger. Todo estaba perfectamente ordenado y a precio de remate. Ni una huella digital como testimonio, ni un alma a la vista, silencio sepulcral. Repasamos lo ofertable y leímos un rato. A unos metros de distancia estaban los best seller, la autoayuda, los videos de fitness y la música de moda. Los precios allí eran exponencialmente distintos, digamos diez o veinte veces más caros, y sin embargo estaba lleno de personas que llenaban sus carros con esa mercadería.
La sección escolar estaba al medio, como fraternizando entre los dos mundos. Fue allí que vimos la enciclopedia que nos dejó embobados. Fue espontáneo. Simultáneo. Como si dos desafortunados personajes de Lemony Snicket encontraran un tesoro. Nos lanzamos a hojearlo. Más de mil quinientas hojas con la descripción minuciosa de cada área del conocimiento. Geología, arqueología, cartografía, botánica, astronomía... Nos sentimos transportados, reconocidos, infantilizados. Descubrimos sin quererlo que de niños fuimos exactamente iguales. Todólogos, filosofantes, aprendices de la magia de la vida, de la explicación y el sentido, escondidos en un armario o bajo la mesa, ganándole minutos a la represión de las formas, a la vulgaridad de la historia.
Hay que seguir jugando y sobre todo juntando conocimiento... Quien nunca se deja de ser niño no deja de querer crecer. Bello escrito, un día de nuestras vidas.
ResponderEliminar