Mi rostro muta camaleónicamente. A veces parezco de treinta y ocho. Lozano, entusiasta, atractivo para ciertas mujeres intelectuales, o para las desengañadas de la vida, esas que no esperan mucho, o que han comprendido con profundo dolor la injusticia sentimental del circo biológico. En otras parezco de 45, perdido en un galeón español a 50 mil pies de altura,
incomunicado por los fiscales del demonio, sin una lectura, sin un cepillo de dientes a mano. Cada tanto subo a cincuenta, a cien, a doscientas nochebuenas en el patíbulo recibiendo paliza de los enanos de Papá Noel. Entonces el ceño se frunce hasta absorber la mirada
como un chou chou dormido. Y a veces, cada vez más a lo lejos, parezco de treinta, sin ojeras tan
evidentes, cabello brillante, rictus burlón, pene congoleño y la ropa hecha jirones por ninfómanas irrespetuosas.
Me gustan los hombres de ceño fruncido y sonrisa retorcida, son peligrosamente misteriosos.
ResponderEliminarLeerlo como mirarlo al espejo, reflejo misterioso y ya casi místico.
ResponderEliminarUn rostro elocuente ;) Cuando no habla escribe, así que hay que leerlo.
ResponderEliminarLo que no cambia es que sigues siendo uno de los mejores escritores
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