Escasas semanas habían pasado desde el inicio de nuestra carrera de Literatura en la Universidad Metropolitana. Abril de 1991 se abría paso con sus brisas otoñales y su acumulación de nubes.
Éramos cincuenta jovenzuelos desharrapados, algo pedantes y desorientados. Nos empezábamos a conocer, nos tanteábamos, sopesábamos nuestro aguante ante las bromas, nuestro nivel cultural, nuestros conocimientos literarios y filosóficos, nuestra experticia con el sexo opuesto, nuestra fortaleza ante el alcohol y la marihuana. Se formaban grupos de parecidos, pero nadie se cerraba al resto. Era un buen curso.
Éramos cincuenta jovenzuelos desharrapados, algo pedantes y desorientados. Nos empezábamos a conocer, nos tanteábamos, sopesábamos nuestro aguante ante las bromas, nuestro nivel cultural, nuestros conocimientos literarios y filosóficos, nuestra experticia con el sexo opuesto, nuestra fortaleza ante el alcohol y la marihuana. Se formaban grupos de parecidos, pero nadie se cerraba al resto. Era un buen curso.
Nuestro primer viaje de estudio (y hasta donde recuerdo, el único) fue a la Casa Museo de Pablo Neruda, en Isla Negra. Para mí, que era un campesino recién llegado a Santiago, era como asistir al mismo Manhattan.
Aquel día llegamos bien temprano hasta el garage de la universidad y nos instalamos en un bus bastante destartalado. De todas formas, no era esperable algo más lujoso en una universidad pedagógica. Me senté junto a Claudio Rodríguez, el mismo que hoy sigue siendo mi gran amigo y un escritor de primera categoría. A los 18 años aún no se nos quitaba lo atolondrado, por lo que no parábamos de sorprendernos ante el comportamiento más osado de nuestros compañeros drogadictos y alcohólicos que se sentaron al fondo del bus. Antes de que el bus partiera ya se habían despachado unas cuantas botellas, pero no fue hasta abandonar Cerrillos en que el bus empezó a humear por todos sus costados con la combustión de la marihuana.
Al llegar a Talagante, el chofer, que era el único adulto que nos acompañaba, detuvo el bus y con voz firme nos amenazó con entregarnos a todos a la policía y volver solo a Santiago. Los enfiestados del fondo prometieron comportarse mejor y abandonar momentáneamente la chacota. Para nosotros, que ya nos sentíamos unos escritores, aquel incidente fue como saborear un postre de lúcuma.
A medida que el bus avanzaba hacia la costa, nos largamos a cantar a todo pulmón las melodías de moda del grupo Sexual Democracia... "Profanador de cunasss..., y luego "Vivan los bomberos..."
Fue el momento en que la policía detuvo al bus y empezó a inspeccionar la mercancía humana a bordo. Varios de nuestros compañeros ya estaban suficientemente borrachos y drogados, y no tardaron en empezar a burlarse de los policías. "Vivan los bomberos...vivan los bomberos...que apagan el fuego..." No era una canción de protesta, pero estaban tan borrachos que seguramente era la única que recordaban para hostilizar a los policías. La cosa es que se cursó la infracción, aunque el motivo exacto no lo recuerdo.
El chofer siguió manejando con brusquedad hacia nuestro objetivo, sin dejar de maldecirnos y mascullar su rabia.
Llegamos por fin a Isla Negra. El frescor del bosque de pinos que antecede a la casa de Neruda nos anduvo espabilando. A algunos les hizo mal y los obligó a alejarse unos metros para vomitar. Más recompuestos, bajamos hasta la Casa Museo. Una bella vista ante un roquerío azotado por olas violentas. Afuera de la casa, un campanil de madera, un barquito en el aire y una máquina de vapor. Y adentro, el sueño dorado de los coleccionistas y de los amantes de Neruda. Mascarones de proa rescatados de buques hundidos, máscaras africanas, caracolas gigantes, arpilleras, brújulas, flechas, tótemes, botellas rarísimas, peces de ciencia ficción embalsamados, libros y objetos y más objetos y más objetos, hasta llegar a la habitación personal del Premio Nobel, donde seguía intacta su cama estirada, cubierta por su colcha predilecta. A un costado, sus pantuflas, en la posición exacta que las dejó la última vez que las utilizó.
Junto a Claudio y unas compañeras, nos quedamos mirando en silencio por la amplia ventana desde donde el poeta contemplaba el paso de los barcos y las estaciones.
Regresamos contentos. Fue un buen viaje, pese a que apestábamos a marihuana prensada.
Ni falta hace que digo quien soy ,pues , por los caramelos que me comi y los extensos que son mis comentarios , ud, majestad ya lo sabe? Neruda no es el poeta que mas , me gusta , 5 comentarios, me gustaria que ud, entrara tb, a mi marialaura.blogspot.com e hiciera un pequeño comentario???????mi respeto a ud. y a Lore, que no se que paso la perdi de vista, = que a ud.
ResponderEliminarUn agrado tenerla por estos lados, María Laura. Intenté entrar a su blog, pero no encontré textos para comentar. Aparentemente hay un problema de configuración que solucionar. Apenas lo tenga resuelto seré el más asiduo visitante y el más parlanchín comentarista de su blog.
ResponderEliminarUn abrazo y sea siempre bienvenida.
gracias por el cameo y por la posibilidad de revivir, con más pelo que ahora, en este gran relato.
ResponderEliminarEs una característica enternecedora de la temprana juventud que creo que nunca se nos quita del todo, estimado amigo.
ResponderEliminarFueron buenos días aquellos, pese a su brevedad.
Rectifico mi blogs ( direccion), yo me equivoque, en cuanto al nombre , soy neofita , total en esto ok,para entrar en mi blogs, ahi que pone con minuscula, marialauracateura.blogspot.com. Me faltaba darle el apellido, espero que no se ria, de las cosa que a mi me gusta escribir , me encanto la descripcion "ELLA JUEGA .a ..... CON LA MUERTE , Buenisimo Mi Respeto. m.l.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato y mis recuerdos se van a Neruda, a su poesía y a su fuerza.
ResponderEliminarTe dejo aquí uno de mis sonetos inspirado en la obra del poeta.
Título : Juegos
Mi cuerpo zaherido despertando/.
La sangre galopando por mis venas/
saliéndose de mí todas las penas/.
Los muslos transparentes y tensados/.
La espalda que se cae sobre la tierra/
y los pechos temblando como nardos/.
La mirada oculta tras los párpados/.
Los suspiros se oyen en la sierra/.
Su galopar, incansable, trotando/
mi cuerpo, lanzando al aire relinchos/.
Mis ansias de ti, pronto mitigando/.
Su boca entreabierta en un mudo beso/.
Su mirar relajado y sonriente/.
Sus manos en las mías muy calientes/.
Isla Negra, un sitio que no es una isla, y que además no es oscuro. Curiosidad elegida por el poeta. A mi me encanta visitarle siempre, entre sus objetos se siente al poeta.
ResponderEliminarMis saludos.