Síndrome Barry Lyndon

Tal como Barry Lyndon, prometí en algún momento no descender de la condición de caballero. Orgulloso y convencido de mi talento literario, he vivido varias vidas y muertes, a veces como santón, reyezuelo, puto o borracho. He pasado infortunios y alegrías, y a veces salvé el pellejo por un rasguño. Varias mujeres me amaron y a la mayoría las amé de una forma parecida. Para algunas me convertí en un dios y para otras fui un granuja de la peor ralea. 

Si hubiese sido más disciplinado, a estas alturas debería estarme chamuscando en el infierno, pero como he dilatado las cosas, ninguna novela del tiempo ha sido terminada. Mis maldiciones son prórrogas infecundas, seducciones inesperadas, cuentas por saldar.

No alcancé estrellas, ni títulos, ni menos un reconocimiento masivo. Me leyeron y valoraron más críticos literarios que lectores. y al final eso fue suficiente. Y aunque creí merecer más ventas que Stephen King, apenas rivalicé con Kafka.

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