Cuando alguien ve tu caligrafía en el cielo


No logro desentristecerme por la muerte de María Eugenia Sáez. Ocurrió hace tanto tiempo y recién me entero ahora. Concha lo dejó traslucir cuando habló de ella en pasado. Le pregunté por Eugenia y me confirmó su muerte. Concha estaba extrañada que yo no lo supiera. Sabía que éramos cercanos. Porque fue precisamente Eugenia quien nos presentó a través de las redes, tal como nos conectó con Cingolani, con Gayol, con Lerner. Una cofradía de amigos, de nuevos hermanos, conformada gracias al rigor apreciativo de Eugenia. Gracias a su generosidad. A su mirada libertaria que contribuyó a formar este gremio de hombres y mujeres libres, unidos por el arte, por la palabra, por el hambre de justicia, por la admiración y el afecto mutuo.

A Eugenia le envié muchos mensajes que no respondió. Lo atribuí a su hartazgo con las redes. Siempre decía que, si bien era seductora y hasta adictiva, le quitaba demasiado tiempo para otros menesteres.

No tenía forma de saber que ella había muerto. Ninguna señal se emitió por las redes. Ningún homenaje. Ningún responso literario.

Me quedo con mi profundo afecto admirativo resguardado para ella, con mi agradecimiento expresado como un campesino de Millet,  y con la certeza de que una de las grandes críticas literarias de nuestro tiempo me vio, me valoró, me recomendó y me hizo caminar con hermanos parecidos en esta peculiar marcha cósmica que de otra forma sería tan desoladoramente solitaria.

Teatrillo de panteoneros

Han sido días de escasa luz solar. Días lluviosos donde el valle de Alico se encapsula de nubes grises. El ventarrón de la tarde ha dejado la higuera en enaguas. El único sonido nocturno lo provee el río crecido y la lluvia golpeteando el techo de zinc. Avanzo hacia la culminación de Tumulto de Enzensberger. Los días revoltosos de esos entrañables 60 que veo a través de sus ojos, de su histeria, de su novelita rusa a ratos transfigurada en ruleta. Nada parece muy serio, ni entonces ni ahora. Un teatrillo de panteoneros que se enterrarán a sí mismos.

Al menos amanece

Dios amanece muy temprano en este rincón de los Andes. 

Quizá por la intensificación del frío, los peucos parecen concentrar sus vuelos rasantes durante abril para gran descontento de las gallinas. 

El estruendo parte a las seis de la mañana, cuando el Cuco de Buzzati aún se encuentra laburando.

Bostezando y en chancletas salgo a poner orden en la granja. Dos peucos jóvenes se han posado en las ramas bajas de dos manzanos que forman el arco de entrada al potrero.   

Al verme vuelan hacia la copa de árboles inalcanzables. Las gallinas, al decodificar la situación, salen de sus escondites y la coexistencia pacífica retorna. Akiva me ha seguido de puro sapo y ahora se enrosca en mis pantorrillas.

Akiva es un gato gris atigrado, aparentemente pacifista, que ondea sensualmente su cola en zonas poco transitadas. Le pusimos Akiva en honor al protagonista de la serie Schtisel. Llegó pequeño, como parte de las hordas de gatos inmigrantes que arriban cada tanto guiados por el aroma de la cena nocturna de Tatón, nuestro mimado e hinchapelotas compañero canino. Algunos se han quedado, quizá debido a las buenas vibras de este territorio libertario, secreta isla anarquista bien camuflada en medio de nuestra temperamental republiqueta. Pues el gato Akiva era muy parecido al otro Akiva, el de los tirabuzones. Una especie de personaje manso e irresoluto, vago en esencia, sin más armas que su belleza y su donaire artístico para resistir la borrascosa coexistencia cotidiana.

Avanzo a través de la hierba reseca del potrero para contemplar los bancos de niebla estacionados en las lomas bajas de las montañas. Falta más de una hora para que asome el sol.

Tomo fotografías con mi celular de medio pelo pero no quedo conforme, así que voy rápidamente por uno más sofisticado. Al regresar, todos los tonos han cambiado y los bancos de niebla se han desplazado o desaparecido. Una bruma gris celeste se ha esparcido por el valle tornando ilusorios a los álamos amarillos. Akiva posa para una historia de Sanfabistán (nuestro portal de cultura y noticias en la región de Ñuble) afirmado sobre un viejo poste de acacio. 

No supe usar el celular sofisticado, así que volví a mi chatarra y seguí disparando hacia distintos frentes, desde distintas posiciones. En el intertanto llegaron los perros de mi hermano a interiorizarse de las noticias matinales. Akiva al verlos venir rajó a refugiarse a lo alto de un cerezo.


Un rayo de sol pasa detrás del Malalcura e ilumina la montaña que cobija la laguna El Valiente. En segundos el valle se inunda de luz y los colores se desgastan hasta niveles de irrelevancia fotográfica. Dirijo la cámara del celular al suelo. A las cientos de manzanas caídas. Pájaros y avispas no dan abasto para tanta comida. La escasez de insectos reguladores es preocupante. Tampoco he conseguido suficientes frascos para convertirlas en mermelada. Son días de abundancia engañosa. Luego vendrá el largo invierno donde los pájaros adelgazarán cantando poemas de añoranza.

Vuelvo a mi choza. Enciendo cafetera, cocina, computador y una chamiza que dejé en la estufa. Las redes me bombardean con la trifulca mundial. Las palizas israelíes a mujeres y niños palestinos. Las milicias ucranianas acorraladas por los rusos en Mariúpol. Un Biden senil que masculla venganzas ante una guerra fría raída. Lonkos mapuche pidiendo respeto al Estado chileno. La convención chilena construyendo la constitución más sui géneris del mundo. Avances en paridad de género, plenitud de derechos a los pueblos que habitan el territorio, salvaguardias a la naturaleza, respeto a la sintiencia animal, fin a la ratonera del senado y sucesivas palmadas en el culo a la omnipotente oligarquía chilena. La derecha anda histérica lo cual es buena señal. Ya lo decía mi abuela, cuando la derecha se enfurece es porque algo bueno está sucediendo para la gente común.

Mi primer café y una tostada con mermelada de durazno. Rápida lectura de El Mostrador, El Desconcierto, Diario Financiero, RT, The New York Times, Telegram, Telesur, Ex-Ante, Revista Santiago, CNN, Ladera Sur, Resumen, Página 12, La Tercera, El Siglo, La Nación argentina. Revisión de últimos videos noticiosos en Piensa Prensa y Acción Ciudadana. Un bocadillo presuroso de toda la mentira, desinformación e infamia que proveen los medios preponderantes. Y también la resistencia ante ese veneno narrativo que proveen los pequeños medios de trinchera. Y luego, ya con un segundo café, pincho play en Youtube para avanzar nuevos minutos en la película que dejé a medias ayer: Amanece que no es poco, la desternillante joya de José Luis Cuerda. 

Ocre azulado

La primera foto es de hace una semana. Ayer estuvo muy parecido. Un sol tenue nos impulsó hasta el río a nadar y beber mate. Tatón fue con nosotros y tanto nadó como se revolcó en la arena. El agua de Semana Santa estaba fría, como para bautizar a un hereje a punta de tiritones.

Por única vez en mucho tiempo el río fue solo nuestro. Un río con escasa agua, silencioso, espejo de nalcas invertidas, de álamos amarillos y robledales en desnudez. Una bruma ocre azulada envolvía todo el valle y volvía irrelevante la jerarquía de los cerros.

El nado y el regreso redundó en un dormir temprano.

Hoy volví a Enzensberger. Lo acompañé en su visita a la finca de Jruschov. De paso ordené mi drive con los libros que deseo leer durante abril. Prioricé a Ehrenburg y a Steiner. La mayoría ya están empezados y solo debo terminarlos. Leerlos en la letra grande de un tablet me ayuda a no cansar demasiado mi ya desgastada vista. Es quizá el único universo que controlo. Los libros que espero leer. Lo que no significa que los leeré efectivamente pues el meteorito de los dinosaurios puede caerme esta misma noche.

Foto 1: Lorena Ledesma

Foto 2: Jorge Muzam


Horas consumidas en la nada cósmica / Diario de una rata soldado


Anota todas tus impresiones para conocerte mejor... algo así dice en alguna parte Alejandra Pizarnik. Anotarlo todo. Ojala hubiese pensado así hace 30 años. Y el poeta Claudio Bertoni que acumula cuadernos inéditos, más de 800, y que ha sumado una ansiedad extra. Nadie los pasará en limpio y serán tentempié de rata costina.

Son horas consumidas. Días, meses, años y hasta décadas. Sentires que nunca se repiten exactamente iguales. Intuiciones, deshojes, corazonadas, relámpagos de felicidad, dagas de hielo a la yugular, rencorcillos que vuelven a prometer sanguinaria venganza. Cada instante con su sello particular. Es esa valoración de lo que es único e irrepetible lo que se teme perder. Como los 59 cuadernos de Richard Francis Burton lanzados a la hoguera por su esposa. O los cuadernillos de bocetos de Bruno Schulz que habrán alimentado la calefacción en alguna mansión nazi. 

Mi nueva ansiedad es perder este diario privado. Que se cierren mis sesiones y olvide mi contraseña. Que un virus contamine todos mis sistemas virtuales. Dos mil textos esparcidos como niebla de mediodía. O que quiebre blogger y mis palabras queden devaluadas, desmemoriadas, deambulando por la nada cósmica. 

Debiera y podría tomar cada texto, uno por uno, y replicarlo en un banco de memoria, un disco duro, o dos, o tres. Podría y debiera, pero conociéndome sé que es altamente improbable que eso suceda.

Watanabe o el azar


Tatón se ha apoderado del sillón más grande debido a que le teme a los coliguachos, hostilizantes bichos que controlan el espacio aéreo cordillerano durante la primera quincena de enero. Tatón no sabe cómo lidiar con ellos y su estrés solo lo supera apoderándose del gran sillón y negándose de plano a salir al patio. De esta forma quedo desprovisto de mi lugar preferido para escribir. Ante cualquier intento de disuasión, Tatón me gruñe con elocuencia.

Debo recurrir a un lugar secundario a batallar con la lentitud de internet y de mi anacrónico computador con ínfulas de ábaco. Pasan largos minutos esperando que aparezca la imagen de lo que busco. Mientras tanto, Youtube, que abre más rápido, me conduce aleatoriamente a un video de la periodista argentina Vlady Kociancich donde se refiere a la imposibilidad del orden de su biblioteca y probablemente de cualquier biblioteca. Una voz en off le pregunta sobre sus últimas lecturas. No recuerdo las primeras que menciona, pero sí la última, por el énfasis sentimental que le imprime al mencionar a José Watanabe, y acto seguido, recitar con profunda solemnidad el fragmento de un poema para ella cautivante.

Eso me lleva rápidamente a buscar poemas de Watanabe a quien no he leído previamente.

El primer poema que encuentro me conmueve y ya lo hago mío. Porque en toda lectura hay una apropiación estética, una rugosidad inesperada en el horizonte que de alguna forma reorienta nuestra mirada, como un cometa que por algún azar del espacio cambia levemente su órbita para nunca volver a la ruta previamente trazada.


En el desierto de los olmos


El viejo talador de espinos para carbón de palo
cuelga en el dintel de su cabaña
una obstinada lámpara de querosene,
y sobre la arena
se extiende un semicírculo de luz hospitalaria.


Este es nuestro pequeño espacio de confianza.


Más allá de la sutil frontera, en la oscuridad,
nos atisba la repugnante fauna que el viejo crea,
los imposibles injertos de los seres del aire y la tierra
y que hoy son para su propio y vivo miedo:
La imaginación trabaja sola, aun en contra.


La iguana sí es verdadera, aunque mítica. El viejo la decapita
y la desangra sobre un cacharro indigno,
y el perro lame la cuajarada roja como si fuera su vicio.


Rápida es olorosa
la blanca carne de la iguana en la baqueta de asar.
el viejo la destaza y comemos
y el perro espera paciente los delicados huesos.


Impensadamente
arrojo los huesos fuera de la luz
y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.


Desde la oscuridad aúlla estremecido
y seguramente queriendo alcanzar
entre la inestable arena
con ansia
nuestro pequeño espacio de confianza.
Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,
el perro
también es paisano.

(José Watanabe)


Imagen 1: José Watanabe
Imagen 2: Tatón

Ese silencio

El silencio es como el sonido de un abejorro encerrado en una catacumba. Debe ser porque escuchas tu funcionamiento interno. Ese trote de neuronas chasquis con mensajes no muy relevantes. Noviembre se despliega con soles y lunas multiplicados. Ves a Van Gogh en el valle confundido entre campesinos huraños. Lo sabes por su chupalla gastada y su barba de varios días. Pero nunca ves sus ojos, probablemente asignados al pedrerío del camino o a escudriñar las serranías de la memoria.

Luego pensé en los poetas


Tras un mal dormir y un peor despertar, desayunamos frugalmente con Romina. Ella un tazoncito de leche caliente con galletas de sésamo. Yo, mate cocido con pancito integral untado con miel de diente de león. Romina atenta al trabajo en redes desde su celular. Yo mirando la ventana que nos proveía la belleza del rocío matinal deslizándose por las flores del manzano. En algún momento nos pusimos a hablar sobre la ética política. Esto a propósito de que la hija de Fernando Atria había renunciado como asesora de un constituyente tras reclamos de sectores de derecha.

Lo lamenté personalmente porque la he visto en transmisiones en vivo poniéndole bufandas de cercanía social a su padre, desde su propio hogar, junto a la chimenea, con un vino, apenas dejando de cenar, con Atria escarbando con la lengua sus restos de comida cual serpentil mondadientes. Y ella, llamándolo al ring cotidiano, al ras de suelo, al sentir de los que poco o nada tienen. Para que reflexione desde ahí, con la mirada y las ojotas del sueldo mínimo.

Le comenté a Romina que no me parecía apropiado actuar siempre al son de la derecha, dejar que el relato de ellos domine siempre la agenda, que sus estandartes de moralidad (teñidos de sangre, deshonor y abundante mierda) predominen siempre en la conducción política. Porque la batalla es permanente, y ellos, esencialmente, representan la maldad misma, la corruptela por antonomasia. Son capaces de todo, y así lo han demostrado millares de veces en Chile y el mundo.

Y en los sectores progresistas, que están lejos de salir indemnes de un enjuague de buenas prácticas, quedan sin embargo significativos sectores a quienes la ética sentida y asumida con honestidad, así como la ingenuidad respecto de la maldad de su antagonista, los termina enfangando y a menudo hundiendo.

Luego nos silenciamos y pensé en los poetas. ¿Cuál es su papel político en la historia? Y concluí sin mayor convicción ni entusiasmo en que los poetas militantes no son dañinos sino con un fusil. Y si es que saben disparar. O con maquiavelismo. Con los subterfugios perfeccionados de tanto escapar del hambre. Aunque debiéramos reconocer que los poetas desprovistos de sólidas columnas de ética pueden fácilmente producir otro Stalin, otro Karadzic, ambos orgullosos rapsodas. El Terror francés mismo fue obra y gracia de poetas. Y qué decir de Adolfito, a quien la poesía visual le apaciguaba la necesidad de urgente gloria.

Las bengalas de la poesía, pues, solo sirven para acompañar el desconsuelo, y escasamente para incendiar el ánimo. Véase en este último caso, Miguel Hernández. Y la poesía guitarreada de Violeta Parra. Eso me llevó a imaginar que las siguientes batallas tendrán tamborileos de Orihuela. Tonadas y marichiweus que asomaron en San Fabián de Alico.

Quise seguir mi disquisición por el callejón sin salida de la condición humana, pero allí todo lo anterior se esfuma, la gravedad misma se relativiza, y hay pantanos y geisers y trampas con clavos y gases de muerte disparados en fuego cruzado, y donde sobrevivir con dignidad no es menos difícil que un juego de calamar.

Fue el momento en que se me acabó el mate cocido y me dispuse a mentir literariamente sobre la vida.

Artillería metafórica

Me acerco a la obra Portales de Gabriel Salazar. Es una fresca mañana primaveral en San Fabián de Alico. La penúltima de septiembre. Han florecido los lirios blancos. El durillo ha desbordado sus ramas hasta oscurecer el maqui. Los toronjiles cuyanos se siguen multiplicando en portentosos manchones. Retamas y caléndulas reproducen un paraíso noldiano. En dos semanas ha crecido tanto el pasto que a los gatos solo se les ve la punta de la cola en su deambular ocioso. Para escabullirme del ruido ambiente que a ratos me distrae abro los archivos de Julia Lezhneva. Voz que apacigua mi cerebro. Melisa auditiva para la tristeza estacional que oprime mi pecho. Para la ansiedad de las horas y los días que se desgajan solo restando.

Salazar articula su rebeldía de clase desde la crítica histórica. Tal como me sucede con Michel Onfray, me siento hermanado con su estilo. Voces, al fin y al cabo, que emanamos del bajo pueblo, de la clase obrera y campesina, del inquilinaje explotado. Y no importando todo lo meticulosos que intentemos ser en nuestros argumentos, un halo de resentimiento, de revancha encubierta, de sutil artillería metafórica, se nos cuela por todas las rendijas.

Hasta siempre Patricio Manns

No hubo premios nacionales de literatura ni música. Precisamente a uno de los más grandes. Suele suceder en republiquillas bananeras como la nuestra, olorosas a tufillo fascista y con la alfombra levantada en todos sus bordes de tanta porquería acumulada.

No queda mucho más que decir de nuestro lado. Tu autobiografía quedó inconclusa, allí donde dejarías constancia de tu participación en el atentado a Pinochet. Pero has dejado suficiente testimonio creativo en 17 novelas, 14 libros de ensayo y tres de poesía. Ni qué decir de las canciones, toda esa memoria viva que seguirá picaneando la deriva de la historia.

Hasta siempre Patricio Manns. Las multitudes hacen larga fila para despedirte. Un último gesto me tranquiliza. Esa bandera del Frente Patriótico Manuel Rodríguez sobre tu ataúd. Esa resistencia simbólica que ninguna televisora o pasquín oligarca podrá disimular.

Foto: Agencia UNO

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