*A Jorge Muzam, de cumpleaños / Claudio Ferrufino-Coqueugniot


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pues, el Ñuble, río, y nombres de mujeres y una mujer tan suave como las piedras del río. De cumpleaños el escritor escondido, el escritor líquen, viento, sangre de mezclas exóticas a quien leo y lee mi pareja, ambos sentados cada uno en una silla que mira a su lado y a quien escuchamos teclear y “textear” mientras de a ratos conversamos. Nabokov, Joyce, la nieve, cerro, polvo, y la recua ignorante, animal y humana, que pasa y rebuzna, que corta el aire y se asfixia en amaneceres de San Fabián de Alico, sí, allí mismo, de los Parra y la parra, la música y el vino.

Podría escribir mucho, no los versos más tristes esta noche porque son precisamente las 10:14 en el estado de Colorado, de mañana y sin tristeza, y me adecúo a que, en machismo atávico, no debe un hombre escribir del otro con demasiado énfasis. Me limito entonces a un abrazo, a cierta envidia también porque no cultivo como Muzam especias en mi jardín, para decir que estoy cansado del concreto, que necesito un retiro ruso a lo Tolstoi, o la locura de Gogol pero sin dioses.

Pero me gustaría, y mucho, sentarnos “al borde de una mañana eterna”, a decir de César Vallejo, con un grupo de amigos y licor de uva, de maíz, de cebada, de quinua y de ciruela, y de papa rancia ¿por qué no? Invitar a Miguel, a los tres Pablos, al otro Claudio, a Lorena y muchachas que por ser bellas no dejan de ser poetas. Y a Lander para que pinte el futuro con trazos tan antiguos que remiten a Callot.

Bueno, maestro Jorge Muzam, un soliloquio para agradecer lo tanto que disfruto mis lecturas de usted, y que goce hoy y se emborrache, y se caiga hasta que la mita en la acequia lo despierte, que cuando usted nació no nacieron todas las flores como dice -creo- una canción, sino los petardos. A encenderlos…


* Publicado originalmente en el blog Le Coq En Fer (12/6/2017)

Transcriptor de pensamiento

Esto y casi todo lo que escribo son meras secuencias mentales, a lo Joyce, pues antes y después mi mente sigue elucubrando de una forma similar. Amando y maldiciendo. Sorprendiéndose, viviendo su propia guerra mundial de trincheras, su ilusión de paraíso laico. Bomba nuclear y gota de rocío. Inevitabilidad narrativa plasmada gracias a los minutos escamoteados al canibalismo de la vida cotidiana. Alguna vez le dije a Claudio Rodríguez que lo que necesitábamos los escritores era un transcriptor de pensamiento. De esa forma escribiríamos al menos una novela diaria, o dos, y hasta tres, si es que la ansiedad nos está devorando vivos. La vida es un cuadrilátero de boxeo. A veces no escucho la campana para reactivar la contienda, o para irme al descanso, y sigo lanzando golpes al vacío. A veces los golpes me dejan ciego, tumbado, viendo nubes, desde donde se asoman robles vestidos de otoño, grises blancuzcos de álamos oscilantes, castaños rojizos de liquidámbares desvaneciéndose hoja tras hoja.

Ladran los perros de Rulfo


Avanza esta fría mañana de junio en la cordillera andina. Los ventanales siguen empañados. Los tallos de las rosas han crecido portentosamente. Me quedo reflexionando en ese asunto. ¿Qué pasaría si no las podo? Preparo té rojo con miel. Mi celular silencioso. Lea Desandre en los parlantes. Ayer comencé otro intento de novela. A Romina no le pareció apropiado que ventile ciertos asuntos personales. Le respondí que lo usual es que los escritores jueguen narrando sus propias experiencias, que literatulicen los días usuales exudando demonios y nostalgias que lo atormentan. Mi argumento fue desestimado. Continuaré escribiendo. Qué más podría hacer. Es el único talento que me distingue de la manada. Me he propuesto leer Francamente, Frank de Richard Ford. Ya devoré algunas páginas. Retomar algo de Bashevis Singer. Beber mate tardío con Nabokov, Ferrufino, Sánchez-Ostiz. Amigos permanentes en el bar de mi mente. Leer Polikushka de un envión fue accidental. Tolstoi es un dios laico, un dios por defecto de los expulsados del paraíso. Ladran perros a la redonda. Perros de Rulfo, gallinas provincianas de Teillier, ánades salvajes de Robert Frost. Se vive en tantas dimensiones. La cultura universal, la historia de la infamia, la poesía inevitable, el silencio de los hombres buenos, la humanidad con garrote asegurado en el lomo, las peores ratas enquistadas en la política, los periféricos con su morral de panes frescos para ofrecer, la ética única y personal, los personajes que nacieron, crecieron y siguieron caminando por si mismos desde esas mentes geniales que me antecedieron, que hoy son parte de mi, de esto que a veces olvida su peculiaridad corpórea, que se desvanece, que se sumerge, que observa desde una nube el tecleo de estas palabras con sentido discutible.

Presidenciales chilenas. Como en Volver al futuro



Recula la DC y la fotografía del triunfo seguro de Piñera se desdibuja, se torna opaca, casi transparente, como en la película Volver al futuro. La arrogancia de la derecha democratacristiana, su desdén a la izquierda, su anticomunismo enfermizo, el exceso de entusiasmo, las pompas de jabón de un pasado glorioso, no encontraron asidero en las encuestas, asegurándole una muerte abrupta a un partido que hoy cuenta con más dirigentes que disciplinados militantes. El parsimonioso Guillier puede sacarse el respirador artificial y aspirar aire fresco por algunas semanas. Beatriz Sánchez repunta en las encuestas, repunta en las redes, pero no cuenta hasta ahora con el voto efectivo, el que se levanta y acude a estampar su preferencia en las urnas. La protesta alaraca no basta. Ya pasó con Marcel Claude cuando arrasaba en las redes pero al momento de votar, su gente se quedó enredada en las sábanas. Probablemente Sánchez siga subiendo y dado el panorama incierto hasta podría erigirse en mandataria. No olvidemos la paliza electoral que dio su conglomerado en Valparaíso. La política chilena emula a la de España, a veces inconscientemente, y el Frente Amplio cumple al pie de la letra el rol de Podemos, lo cual no es malo, porque involucra repensar lo que ya se cae a pedazos.

Piñera goza de buena salud. La clase media aspiracionista prefiere a un prontuariado conocido que a un periodista bonachón impredecible. Y cuenta con el amplio pelotón de fachos pobres de la república, el ignorante histérico y arribista que igual habría votado por Trump o Le Pen sin mediar reflexión alguna.

Mayol es un buen tipo. Tiene preparación, pero usa el pelo muy largo, y eso al votante chileno, al votante mayor y mayoritario, le huele a marihuana, a ducha tardía. 

Bachelet vuelve a sonreír. Hizo lo que pudo que no fue tanto ni tan poco. Faltó atreverse, creerse el cuento, acelerar la marcha, usar su minuto histórico, mirada desarrollista a largo plazo, mayor inteligencia para encauzar el buque hacia un pragmatismo redistributivo sustentable.

El sistema permanece intacto, incluso más fortalecido que nunca. La plasticidad del dinero resiste acechanzas y ventarrones. Especulación, estafa, colusión de perros grandes, son cosa bien vista, valores de mercado, aditivos de una moral siniestra. El neoliberalismo parece idesterrable desde que se adosó al disco duro de los chilenos. Caldillo de miedo, egoísmo, precariedad, fanfarria, telebasura, incertidumbre, conformidad, resignación, codicia de avivados. A la mayoría le complace, porque vivir endeudado hasta el cogote ya forma parte normal del vivir. 

Trainspotting de ayer y hoy


La nostalgia mueve montañas, derriba edificios, hace zancadillas, te ancla, no te permite avizorar lo nuevo, porque siempre vuelves atrás, lo deseas, comparas, bebes el whisky al seco, no por ahora, sino por ayer, por esa marca de fuego que tienes grabada en tu corazón chamuscado, empequeñecido, en tu culo humillado, en tus testículos que no experimentaron nuevos paraísos. Hay circunstancias que se detienen en el tiempo. Que carecen de resolución y futuro. Rincones olvidados para siempre. Criogenia emocional le llamé alguna vez. Los autores clásicos en ediciones baratas, la música de tus primeros bailes, los juguetes que se empolvan y que no te atreves a donarlos. Porque involucraría una lucha encarnizada contigo mismo, con aquel que se resiste a irse. Hace tanto frío esta tarde de mayo. Lorena bebe su Ecco caliente. Tatón no ha salido de su madriguera. Se divisan remolinos de nieve en las cumbres, álamos desnudos anteponiéndose a la niebla, acacios mojados exhibiendo la miseria invernal de sus vainas vacías. 

Trainspotting la vimos en el Normandie a mediados del 97. La calle Tarapacá olía a fritanga de sopaipillas. A chicha de uva manipulada en laboratorio. El huaso Marciel estaba entusiasmado con verla. Tito Cartagena era escéptico frente a esas aventurillas de drogos delincuentes. Zambo Peluca nos marcaba el paso izquierdo, disciplinadamente, como el burlón fiel, bello y sensible que era. A Jeannette le divertía aventurarse al lado oscuro del centro santiaguino. Marcela Erazo nos mantenía con cable a tierra con sus cuidados maternales. Bachito Albornoz tenía incrustada la leyenda de Cioran en el corazón y bebía y bebía porque la vida al fin y al cabo era un provisorio despeñadero. Una segunda leyenda menos glamorosa le adosaba un aura de actor porno, la diuca más grande del campus Juan Gómez Millas. El gigante Aldair nos amparaba financieramente y nos contaba los chistes más obscenos de América del Sur. El Hamlet Coyaiquino perdía las horas oscilando entre el deber y la farra. Bustos solía estar borracho y era fácil arrastrarlo al cine o a cualquier tugurio. Esa noche lo lanzamos a una butaca y se quedó dormido (según nos confidenció Marciel días más tarde, en su bendita curadera le agarró la callampa impunemente) A mi me interesaba la narración, las posibilidades de narrar una historia cualquiera, la conmoción desatada en otros países. Un festín visual con buena música para escarmenarse el pelo y sentir que estabas en onda con intelectualillos comunachos y toda la gama democrática de vagonetas ostentosos. Luego de verla nos fuimos a beber cerveza al 777. Ninguno era drogadicto ni ladrón, pero éramos buenos bebedores, medio santos, medio weones. Nos terminaron echando como siempre.

El Trainspotting del 97 era un chiste. Hoy no lo es. Hoy la veo con tristeza. Mi época se fue por la misma alcantarilla infesta de Mark Renton. Nada fue una maravilla en estos veinte años. Seguimos marcando pasos cada vez más lentos. El sistema nos mordió apenas graduados y nos mantiene arrinconados ante un pitbull de mil cabezas. Quisiéramos creer que las generaciones del XXI harán algo mejor por los demás y por si mismos, que tendrán cojones levantiscos para voltear las cosas, pero las señales no son auspiciosas. Y no es que estemos agobiados ni perdidos. Aun quedan cartuchos algo mojados para reventarlos más allá de nuestras canas. Pero esos muchachos del 97 siguen corriendo frente a nuestras narices. La joda sigue pareciendo eterna. No hay forma de tocarles el hombro para ponerlos sobre aviso. Quizá ni tendría sentido. Mejorar un poco cada vida, hacer un esfuerzo extra hacia la responsabilidad, hacia la empatía colectiva, no habría detenido a Trump, ni a Piñera, ni a Rajoy, ni a Macri, ni a Macron. Los Temer seguirían robando y Siria y Afganistán y cada putísimo peñasco de este planeta seguiría cayendo en picada hacia su inexorable extinción.

El sol y la luna dicen lo suyo


Avanza mayo con patios alfombrados de hojas a medio podrir. La primera luz deja entrever la helada blancuzca sobre la hierba. Los troncos están resbalosos y lo que no alcanzó a congelarse embarra los pies y moja los tobillos. El cielo se torna intensamente azul antes de que el primer rayo solar traspase la cumbre de la montaña más baja.  Las manzanas siguen cayendo. Y las nueces. Y los membrillos. Los remanentes de uva negra son engullidos por los zorzales y las granadas bajas son desmembradas a picotazos por las gallinas. Hay desnudez progresiva de álamos, hojas amarillas planeando su fuga, plataneros imbuidos en Gustav Klimt. El frío matinal entumece manos y mejillas. Se atizan las brasas sobrevivientes de la noche anterior. Tablones húmedos, pinos astillosos, restos de un ciruelo que feneció de vejez o tristeza.
Jueves o viernes. Ocho o nueve de la mañana. Se descarga el celular y los calendarios de las paredes pueden ser de hace dos décadas. El tiempo en la montaña es un asunto sin importancia. El sol y la luna dicen lo suyo y eso basta para empinarse una chupilca que hace corcovear el ánimo. 

Trumpcito


Se nos viene Piñera tan vociferante. Se nos viene la extrema derecha tan callando. Los afilados colmillos de la UDI, el feudalismo RN, el apolillado PRI. No hay desvío que detenga a la locomotora. El prontuario es una anécdota, las imputaciones una fruslería, el amancebamiento con el pinochetismo más duro una necesidad, la mediocridad de su primer mandato un recuerdo difuso.  Su programa, en apariencia, apunta al desmantelamiento de lo poco que se había avanzado en materia social. Desarticulación de la tibia socialdemocracia chilena. Privatización paulatina de educación y salud, concesión de recursos naturales, reforma tributaria pro empresarial, murallones legales a la inmigración. Piñera y sus boys han aprendido de las lecciones que dejó la elección de Trump. Simplificación de propuestas, impostura, gestualidad mussoliniana, fastuoso despliegue de prensa rastrera y tonteras al por mayor que reditúen la imagen de un presidente simpático, cercano y chacotero.

El infierno tan temido

Los campesinos nos levantamos de madrugada y a veces no sabemos qué hacer con ese silencio penumbroso. Calentar el agua en la tetera, aspirar la niebla con aroma a otoño. Hojas marrones de plataneros alfombran el patio. Montoneras de parras, manzanas apenas mordisqueadas por ovejas. Pasa el furgón del panadero, el bus a Concepción, ciclistas obreros. Los perros del camino se van relevando el ladrido.

Ha hervido el agua. Dos cucharadas de café dentro del tazón manchado de siempre. Una cucharada de azúcar. Un sorbo contemplativo. El pan se tuesta hasta chamuscarse. Queda mermelada de ciruela. Desde el ventanal con vaho se divisan nueces caídas, troncos de álamo mojados por el rocío, un vecino que bosteza rumbo a su gallinero.

Segundo sorbo. Abro El infierno tan temido de Onetti. Afuera clarea, pasan funcionarios municipales, técnicos de la hidroeléctrica, estudiantes con su primer cigarro. Tercer sorbo. El tiempo de un campesino empieza a acelerarse, la luz del día no perdona la templanza, el mirar por mirar, menos las páginas de Onetti. Cuarto sorbo y un último párrafo:

"Adivinó su soledad mirándole la barbilla y un botón del chaleco; adivinó que estaba amargado y no vencido, y que necesitaba un desquite y no quería enterarse. Durante muchos domingos le estuvo mirando en la plaza, antes de la función, con cuidadoso cálculo, la cara hosca y apasionada, el sombrero pringoso abandonado en la cabeza, el gran cuerpo indolente que él empezaba a dejar engordar. Pensó en el amor la primera vez que estuvieron solos, o en el deseo, o en el deseo de atenuar con su mano la tristeza del pómulo y la mejilla del hombre. También pensó en la ciudad, en que la única sabiduría posible era la de resignarse a tiempo".




Fiestoca de avispas en el manzanar / Liztor festa sagardian


El valle de San Fabián amaneció neblinoso. Se oyen rumores de truenos cordilleranos. De queltehues exaltados por la probable lluvia de Viernes Santo. El volcán Chillán no ha dejado de fumar. Ráfagas de viento norte voltean cajetillas de castañas y despeinan quiltros somnolientos. Hay fiestoca de avispas temerarias en el manzanar. Hojas de zapallo moribundas por la inclemencia solar de marzo. Suficientes encinas en el suelo como para alimentar las ovejas de un insomne.

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Liztor festa sagardian

San Fabiángo harana laino pean iratzarri da. Mendilerroko trumoien marmarra entzuten da. Ostiral Santuko euri probableagatik aztoratutako queltehueena. Chillán sumendiak ez dio pipatzeari utzi. Ipar haizearen ufakoek gaztaina kaxatxoak iraultzen dituzte eta zakur logaletuen ilea nahasten. Liztor zoroak festan dabiltza sagardian. Zapallo hostoak hilzorian martxoko eguzki errukigabearen kariaz. Lo ezinean den baten ardiak bazkatzeko adina zurbeltz lurrean.

Traducido al euskera por Lander Zurutuza. (8/10/2021)

Gris perlado


El cielo tiene color de lluvia, un gris perlado que se asemeja a la desidia y también a la inteligencia, a las emociones acongojadas sobre una tabla de piratas alcohólicos. Recorro mi huerto, lo que queda de una siembra descuidada, el poco riego, la libertad de crecer y morir con escasa intervención humana. El bosquecillo de tomillos sigue estoico su transición a un abril reseco. Los zapallos crecieron poco, pero se dejan ver entre guías y yuyos, augurando charquicanes humeantes en días lluviosos, estofados de cochayuyo para Semana Santa, sopaipillas amarillas en tiempo de escarcha. Los manchones de orégano vuelven a renacer, tal como las alcachofas y lavandas. El frío tiene su propia corte de renacidos, su primavera invertida.

He descubierto un pequeño castaño entre los maquis. Apios entre los manzanos. Cinco peras primerizas. Hay escaramuzas aéreas entre tiuques y queltehues. Imperialismos emplumados acaparándose el botín de los insectos.

Traslado mi ordenador y mis libros al patio, bajo el parrón de uva negra. La mesa está alfombrada de hojas resecas. Mate tibio. Celular alerta. El viento trae noticias de membrillares maduros, de manzanas agusanadas suicidándose en la hierba. Rameau en los parlantes. Un carpintero cabeza colorada tamborilea el viejo manzano. Los yorkshire corretean de lado a lado como caballería liliputiense. Avanzo en Las ratas de Miguel Delibes. La perrita Fa medio enceguecida de tanto hurgar entre la maleza del arroyo, el Ratero merendando ratas fritas rociadas con vinagre. El mundo a ras de suelo de Delibes bien cabría en San Fabián, entre nuestros comedores de perdices que silban y carraspean para ahuyentar su soledad.

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