El dulce sueño de Doretta


Mi única religión está circunscrita al poder creativo de hombres y mujeres. Escarbo circunstancias con lupa de topo. La condición de los rebeldes de todas las épocas. Su fruto único y distinto. El aporte, la suma, el amor hecho obra. Podría afirmar que es una especie de felicidad admirativa que solemniza la mirada, que embriaga el alma, que nos torna humildes y bondadosos, como un campesino de Millet que agradece al universo observando la hierba.
El Dulce Sueño de Doretta lo escuché por primera vez en el capítulo inicial de Los Soprano, precisamente cuando emigran los patos salvajes de la piscina de Tony y este sufre su primer ataque de pánico. Es decir, alguien traspasó su felicidad admirativa a través de un momento crucial de Los Soprano. Pudo ser el mismo David Chase, o el editor musical Kathryn Dayak. Y heme aquí oyendo y divagando en esta templada tarde de octubre en la cordillera de San Fabián de Alico. Chincoles y mirlos tienen su propia sinfónica entre los manzanares florecidos. Es tiempo de hacer huerta, de beber vino de Portezuelo, de volver a leer a Dino Buzzati.

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