Los perros dialogan a las ocho


Oscurece y la nieve se sigue acercando a las lomas bajas. Una blancura gris envuelve las montañas y las agiganta a medida que la noche se impone. Los perros dialogan a las ocho. Se adhieren a Mozart, a los budismos de Kim Ki Duc, al silencio mismo. Es el contrapunto crepuscular a la marcha de los días, al tic tac de la mente, al dolor de ir siempre en reversa. 

La tarde estuvo pródiga en lluvia. Un ventarrón del oeste estropeó la ventana que está justo bajo el encino. Cayeron estuches y abanicos. Siguen ahí mismo, como instalación artística de la desidia. Hubo tiempo de hojear Los palabristas de Hrabal. Miseria resignada. Vaho invernal. Pies azulosos de frío. La inclemencia al interior de los zapatos que nunca podrán repararse. Humor a pesar de la historia. Tal como en La patria de la electricidad, de Andréi Platónov. Es mejor marchar hacia la muerte como un payaso. Sonrisa estilosa. Guante blanco. Flor lila al pecho. La vida humana cabe en una carpa de circo. En un ataúd de mago. Las cosas nunca han sido demasiado serias. 

Se ha silenciado la noche. Se han callado los perros. No hay nada más que decirse por hoy, salvo soñar, rascarse pulgas insomnes o esperar el raleo de alguna nube que deje una estrella al desnudo.

Imagen: Bohumil Hrabal.

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