No volverás a ganar por nocaut

A veces la vida te empuja a la esquina del ring. Ni siquiera han tocado la campana pero ya estás ahí, exhausto, sudoroso, golpeado, evidentemente perdiendo. No ves posibilidad de recomponer la pelea, de alargarla, de dar un golpe mágico. La opresión en el pecho duele más que la ceja cortada, que las manos trituradas. Sabes que se acaba el tiempo, que quedan pocas peleas, que probablemente no volverás a ganar por nocaut. Alguien tira una toalla asquerosa. Se han rendido por ti. Ni de eso has sido capaz. Llegas al camarín humillado. Bebes un gatorade azul. Nadie viene a consolarte. Los que apostaron por ti te desprecian. El jolgorio está en otra parte. La juventud vive su gloria, tal como los que se acomodaron a tiempo. La mano te tiembla, pero alcanza para introducir un pendrive con Schumann. Te lo sugirió el pintor Israel cuando recordaba los robles violáceos de junio. Las notas reparan cierto dolor, te escarmenan el pelo, debes estar guapo para morir decentemente. Tomas un libro de Bukowski, tu médico de cabecera, tu médico brujo. No es mucho lo que hará por ti, pero está a tu lado. La luna menguante te cierra un ojo desde el poniente.


Imagen: El boxeador negro, Isaac Lazarus Israëls.

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