Cadena perpetua



Conduzco oscureciendo entre curvas cerradas, ascensos y depresiones pronunciadas, robles rumoreando viento oeste. Vengo de Paso Ancho. 9 de la noche. Un pato blanco, un hermoso pato, me queda mirando al medio del camino. No sé qué hace un pato al medio del camino a las nueve de la noche. No puedo eludirlo.

La culpa cristiana, la culpa budista, la culpa esencial, me carcomen hasta llegar a destino. Hasta hoy, varias jornadas más tarde.

Me declaro culpable y me castigo a cadena perpetua. Se suma a mis otras cadenas perpetuas. Mi infierno ateo levitando sobre una nube gris, con libros breves y un Papa Noel borracho ofreciéndome Coca Cola con vino.

Un pato es un pato. Son solemnidades que pocos entienden, como darle comida a los perros vagos o hinojo a los conejos cautivos. El mundo es tan amplio que todos cabemos en él, y todos merecemos una caricia, un saludo con sombrero de pluma, un momento de compañía bajo una noche de estrellas borrosas.

Imagen: Maurits Cornelis Escher

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