Demasiado tarde para celebrar


Esta noche, Neil Young. Aun queda la tibieza de un día resplandeciente. Los árboles siguen exhibiendo sus esqueletos grises. La luna se opaca en su adormilamiento menguante. El tarro de café se ha vaciado, aunque le quedan terroncitos resecos en el fondo. El vino se añeja esperando motivos especiales para celebrar, como el florecimiento de los albaricoques o las señales de vida de los castaños que plantamos en mayo. Repasamos la vida temprana de Bukowski. Sus primeros cincuenta años de fracaso. Todo llegó tarde. Y ese fue el mérito, porque lo usual es que el reconocimiento no llegue nunca. Neeli Cherkovski, el biógrafo, rescata "La tragedia de las hojas", poema de esa época misteriosa:


me desperté en medio de la sequedad y los helechos
estaban muertos,
las plantas amarillas como maíz en sus tiestos;
mi mujer se había marchado
y las botellas vacías como cadáveres desangrados
me rodeaban con su inutilidad;
sin embargo seguía brillando el sol,
y la nota de mi casera estaba arrugada en una
amarillez agradable e inofensiva; ahora lo que era
necesario
era un buen comediante, al viejo estilo, un bufón
que bromee sobre el dolor absurdo; el dolor
es absurdo
porque existe, nada más;
me afeité cuidadosamente con una maquinilla vieja
el hombre que había sido joven una vez y
había dicho que era un genio; pero
ésa es la tragedia de las hojas,
de los helechos muertos, de las plantas muertas;
y me dirigí al oscuro vestíbulo
donde estaba la casera
terminante y cargada de maldiciones,
mandándome al infierno,
agitando sus brazos gruesos y sudorosos
y gritando
pidiendo a gritos el alquiler
porque el mundo nos había fallado
a los dos.


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