Nunca llegamos a la luna / Memorias sanfabianinas


San Fabián de Alico siempre fue un lugar distante, sobre todo en aquellos primeros 80. Solo dos micros de la familia Caro conectaban diariamente a la comuna con la ciudad de San Carlos a través de un complicado camino de curvas, bordes de precipicio, subidas y bajadas, mucha piedrecilla, tierra suelta y numerosos hoyos. Casi nadie tenía auto. En las casas se usaban mayoritariamente radios a pila y muy pocos tenían televisión. Para estos últimos, las posibilidades de saber lo que pasaba en el resto del mundo estaban acotadas al noticiario nocturno de Televisión Nacional de Chile. Las emisoras de radio, por su parte, emitían incansablemente los repertorios de José Luis Rodríguez, Camilo Sesto, Miguel Bosé y Rafaela Carrá, junto a tandas de rancheras y comerciales de tiendas de Chillán. De periódicos ni hablar, no había excedentes para comprarlos ni existía la costumbre. En la despoblada biblioteca gobernada por Luchito González solo leíamos Condorito para capear el intenso frío invernal o los agobiantes calores de diciembre. Las enciclopedias las pedíamos solo cuando estábamos urgidos por terminar algún trabajo de investigación. La mayoría de los padres sólo sabía de faenas campesinas de subsistencia y sus cosmovisiones estaban moldeadas por sabidurías ancestrales arraigadas en nuestro territorio. Los profesores eran, por tanto, nuestra única conexión con el conocimiento que bullía más allá de nuestro alejado valle. Es cierto que algunos eran bastante brutos para tratar a menores de edad. No nos respetaban y usaban su tiempo para inventar motivos para coscachearnos o para mofarse de nosotros poniéndonos apodos ridículos. También para azuzarnos cuando nos agarrábamos a cachuchazos entre compañeros, Pero había otros profesores que sí le hacían honor a su profesión. Entre ellos el profesor Parada. Nos hizo clases de castellano en aquellos tempranos años. Tipo pausado, de dicción impecable, zapatos negros bien lustrados, bigote castaño y chamanto gris para la lluvia. No podría asegurarlo pero muy probablemente con él conocí El Principito. Nos contaba historias personales o nos leía cuentos. Nunca nos aburrimos con él. En cierta ocasión preparamos una obra de teatro. Los actores éramos juguetes. A mi me tocó ser soldado. Como indumentaria caracterizadora me conseguí una boinita azul. El día del estreno el salón del colegio estaba repleto. Estábamos nerviosos. Era nuestra primera obra. Rezábamos para que no se nos olvidara el guion. Me tocó mi turno. Lo logré apenas. Cuando terminamos el profesor nos felicitó. Se veía contento. Al otro día nos contó que nos habían criticado por no movernos en el escenario, pero que salió en nuestra defensa aduciendo que éramos juguetes y que por lo demás en la obra original no estaba contemplado ningún movimiento. 


Otra de sus clases nunca se me ha olvidado. Fue cuando hablamos de los adelantos del hombre. Al tocar el tema de la llegada del hombre a la luna nuestro profesor nos manifestó su completa incredulidad. Filosofaba con escéptica tristeza mientras mirábamos por la ventana ese cielo celeste, impenetrable a su juicio, al esfuerzo humano. Hablo del año 81, cuando cursábamos el cuarto básico en la Escuela E-10 de San Fabián de Alico. Ignoro qué pensará el profesor Parada hoy en día sobre ese controvertido acontecimiento. Sé que aún hace clases en la escuela Caracol. Desde aquí mis respetuosos saludos y mi agradecimiento por su valioso aporte pedagógico.


*Nota: Este texto fue escrito hace algunos años. El profesor Parada probablemente a estas alturas ya ha jubilado, lo cual no quita su alta dignidad de pedagogo y formador de numerosas generaciones de sanfabianinos. La fotografía de la obra de teatro (1981) fue aportada por Paola Arancibia Bonniard, a quien le envío mi agradecimiento y un saludo afectuoso. Quienes aparecen en la fotografía son, de izquierda a derecha: Guillermo Benavides, Paola Arancibia, Betty Silva, Jorge Muñoz y el juguete robot, que en este momento no puedo recordar quien lo interpretó.

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