Buena Letra Antología 2


He recibido el libro Buena Letra antología 2. Lo he recibido en Chile, en Ñuble, entre estas montañas lluviosas donde solo se acostumbra leer las señales meteorológicas del cielo. Portada bordó, voluminoso, aroma a imprenta, a tinta fresca. Arriba, en letras amarillas, los poetas. Abajo, en letra blanca, la autora y traductora, Marcela Filippi. Antes de hojearlo he encendido la estufa, preparado un café, mirado por la ventana. El otoño tintura los bosques de ocres anaranjados. Las lomas están bañadas de sol pálido. Los duraznos de abril son acometidos por legiones de avispas. 

Abro el libro. Leo La poesía y yo, escrito introductorio de Marcela Filippi. El por qué de esta obra, de este compendio, de este camino editorial. Una necesidad vital la empuja, una búsqueda, una compensación a una carencia desentrañable. Siente a la poesía como un camino liberador, como sanación, como higiene del espíritu, como desahogo, como alegría, como ascenso hacia la comprensión, como complemento a nuestra pequeñez, mano alzada al cielo que articula un lenguaje de estrellas, enredadera intuitiva que se extiende en la oscuridad de lo no imaginado... 

Los poetas de la antología provienen de distintos países. En su mayoría no habían sido traducidos. No hay un tema articulador. No hay poetas superiores a otros. Hay voces. Hay emociones lanzadas al ruedo de las palabras. Intentos por redimir el dolor. Exaltación del color, de la belleza, de la luz. Nobles pretensiones de escudriñar en los multiuniversos de la imaginación. Gritos en la niebla para sentir que se vive. Retruécanos, anáforas, haikus, humor, erudición.

Obra importante, meticulosa, que aporta, que hermana, que ocupa un sitial autónomo en la difusión de la poesía mundial y que se suma al valioso trabajo que viene desarrollando Commisso Editore.

Para concluir, destaco el conmovedor poema Semejanza de la mexicana Mara Romero:

Dicen que las voces de los muertos mienten, que su eco es silbido y azota nuestras caras con vidrios rotos que abren hendiduras en el cielo, donde asoman los demonios.

Es, entonces, cuando el odio alumbra las noches y se escucha un resonar de trompetas; luego sollozos y suspiros, la voz de Dios, que nos confiesa que algún día, hace ya mucho tiempo, fue igual a nosotros.

Fotografía: Marcela Filippi Plaza - Valparaíso 2014.

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