Preguntas infantiles

A veces me hago preguntas infantiles. Es cierto que las ideologías religiosas no tienen mayor influencia en mí. Conozco sus orígenes, escaramuzas y chanchadas a través de la historia, pero eso no impide que mi reflexión libre se adentre por terrenos apropiados por esas religiones.

Ser religioso es fácil, es cómodo. No buscas nada por ti mismo y aceptas muy complacido esa especie de cajita feliz rebosante de mentiras, extravagancias, disoluciones de faltas, promesas eternas y mucho ketchup. Lo que me desconcierta es que personas cuya inteligencia y cultura están muy por sobre la media participan fielmente del consumo de esa cajita feliz. 

Lo que debiera ser una vida más tranquila para nosotros, los no creyentes, sin esas ideas absurdas entorpeciendo nuestra ruta, deviene en una especie de resistencia bélico-semántica a tiempo completo. Porque los religiosos no respetan a los no religiosos. Más bien actúan como hordas feroces (y aunque en teoría hoy no pueden torturarnos o quemarnos vivos) sí pueden jodernos bastante la vida. No lo sabré yo, que me ha costado sangre, sudor y lágrimas encontrar un trabajo de profesor, o conservarlo, y solo por no ser religioso.

Los grupos que se han apropiado de la educación oficial en mi país son en su gran mayoría integristas, chiflados bíblicos, gente extraordinariamente egoísta y corta de luces y de ética, que acicala su propio pasadizo hacia una eternidad ilusoria pisoteando al resto. El problema es que, como tienen poder, como son monos con navaja, exigen pruebas de santidad a los demás para dar el visto bueno a un mísero puesto.

Pero ya ni siquiera lo intento. Mi vida la conduje hacia otro derrotero. 

Ser librepensador, o no religioso (aunque para ser más exactos, cada librepensador es un santón religioso a su gusto y medida) no es tan fácil. Porque nos resistimos (y uso el plural como una deferencia literaria, ya que hablo solo por mí) a la dicotomía esencial. Es decir, a ser mentes con rango divino, creadoras, compasivas, cuestionadoras, que aspiran a deletrear la esencia del universo, pero dentro de simples cuerpos con fecha de vencimiento. Nos resistimos a la muerte. No le encontramos sentido.

Nos resistimos a ser conciencia de una conciencia a la que sólo le puede concernir su instante, y más encima ese instante sólo pueda disfrutarse en retrospectiva, como un gato que se lame los bigotes porque ha pasado un camión con atún frente a sus narices.

Vuelvo a la pregunta infantil. Y conste que ya me la hacía en la parvularia. Si los seres humanos se van a otra vida, según algunas creencias, o la de los mismos indúes, que van por la eternidad de reencarnación en reencarnación, ¿cómo se las arreglan con la explosión demográfica?

Mejor me dejo de escribir huevadas. Es tarde y estoy muy cansado. Recitaré una de mis oraciones laicas preferidas antes de dormir.

Quiero desaparecer y no morir
Quiero no ser y perdurar
Y saber que perduro
Llamo a las puertas de la muerte
Y me retiro
Llamo a la vida y huyo avergonzado
Quiero ser toda mi alma y no lo puedo
Quiero todo mi cuerpo y no lo logro 


Vicente Huidobro

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