Sólo debes tomar lo necesario

Hasta ahora no sabía que Juanito era analfabeto. Y no lo digo con un ánimo desdeñoso. De saberlo antes no habría cambiado en modo alguno el afecto que siento por él. Mamá lo hizo evidente en una conversación y Juanito sólo agachó la cabeza. Se crió en los cerros junto a su numerosa familia. Su padre era un campesino sin tierra que se allegaba a los lugares más escondidos de los fundos, hasta que los dueños lo descubrían y expulsaban. Luego hacía lo mismo en otro lugar. Construían ranchitas para guarecerse y pasar los inviernos. Vivían de la recolección y de pequeñas huertas. Plantaban árboles frutales, pero nunca alcanzaban a comer de sus frutos porque los echaban antes. Así se crió Juanito, así aprendió a sobrevivir, así adquirió una sabiduría que no desmerece ante un doctorado en zoología o botánica. Cuando vamos a pescar le pido que me enseñe sobre plantas y árboles, sobre peces y piedras, pues necesito ampliar el registro de mis narraciones. El sabe de todo. Sabe la edad de los arbustos, sabe cuando un animal está deprimido y sabe que la naturaleza es una gran farmacia gratuita donde sólo tienes que tomar lo justo para que el ciclo continúe inalterable.

Imagen: Moisés Barrios

2 comentarios :

  1. Anónimo3/8/13

    Jorge es un maestro a la hora de rescatar a esos "pequeños" personajes tan refractarios a la literature de hoy, que o los esquiva o los trata como conejillos de indias en el laboratorio de la lástima, o del panfleto, pero nunca los ve como expresión del ser humano completo, cohesivo, el "holos". Ese desdén de nuestros escritores por los pequeños seres que produce el monte, el campo, la mina o la fábrica, tal vez se deba a que no podemos concebir que sea un ser humano completo ese alguien que no es como nosotros, que nos rechaza con su actitud y con su propia vida entera, que nos rechaza completamente. Pero de hecho existen y seguirán existiendo en América Latina al menos con toda la dignidad que les han otorgado personajes como "Guasipungo" o "Vicente Cochocho" o "la negra Gregoria". Nos miran por encima del hombro, miran espejear nuestros valores sobre la mesa del mercader, y continúan impertérritos, pobres, feos, medio haraposos, contentos, su marcha en otro paisaje.

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