Amarillo pálido

El sol marziano tiñó los pepinos de amarillo pálido. El huerto ha dado paso a las hojas resecas, a los tallos marrones tumbados como borrachos. Lechugas y acelgas han florecido y van soltándole su semilla a las ráfagas de viento. Ajíes y pimientos enrojecen y las cebollas asoman como queriendo salirse de la tierra. Quedan las papas subterráneas como testigos silenciosos de un ciclo estacional que ya expira. Las hojas de los zapallares empiezan a contraerse con las primeras heladas nocturnas dejando en evidencia el tamaño de sus frutos. Algunos zapallos parecen budas de veinte kilos, y otros, pigmeos de quinientos gramos.

A media tarde me voy al fondo de los potreros a recoger moras. El tiempo de la recolección es breve porque muy pronto las moras se deshidratan hasta secarse. Siento que es algo que me hace feliz. Veo las sombras de las nubes deslizarse por las montañas, me acaricia un sol tenue, repaso lo leído y lo creado, las vacas no me hacen preguntas maliciosas y yo no molesto a nadie con esta simple actividad que luego transformaré en deliciosa mermelada.

Imagen: Vincent Van Gogh, Green Wheat Field, 1889.

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