El irreemplazable Lafourcade

Las heladas de mayo se han vuelto despiadadas. El sol de mediodía apenas logra diluir la escarcha. Hemos aprovechado las noches frías para leer, comentar y escribir. La cocina a leña parece una usina liliputiense. Aporta tostadas, agua caliente para el mate, té negro a punto, vino navegado, sopas de medianoche. Las baterías de los computadores se descargan rápidamente por lo que alternamos la biblioteca tecnológica con los libros de papel. Releo Invenciones de Enrique Lafourcade, enorme novelista, cuentista, cronista. Nadie como él desplegaba tanta cultura en cada párrafo, tanta poesía, tanta generosa ternura para resaltar a sus amigos, para inmortalizarlos. La mala salud, la memoria volátil, quizá solo la edad, lo mantiene en silencio desde el 2008. Se le extraña. Chile no es el mismo sin su voz. Es un irreemplazable. 
Lorena lee Vieja escuela, de Tobías Wolff. A ratos se concentra tanto que olvida recibirme el mate o desoye mis comentarios que se diluyen en el gélido silencio de la madrugada.

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