Mar boliviano


Bolivia quiere recuperar su mar, ese enorme litoral que perdió durante la guerra con Chile. Para ello busca apoyo en el mundo, expone sus puntos en los foros internacionales, restituye o impone aderezos marítimos a su cultura nacional y hasta lleva el conflicto al tribunal de La Haya. Desde Chile se masculla cierto disgusto, no poca incomodidad, pues parecemos un país agresor, un saqueador de territorios hermanos (aunque en cierto pretérito momento eso fue efectivo) Sin embargo, la tesis del gobierno boliviano es correcta en varios puntos, independientemente de los fines políticos internos que persiga Evo y compañía. Desde Chile siempre se abrió la posibilidad del mar, de un probable pasadizo, de una bahía soberana, de una forma de restitución, o al menos de avanzar en esa dirección. Bilateralmente por cierto. Sin la intromisión de terceros paises u organizaciones internacionales. Era la única condición chilena. Si hasta el colilarga de Pinochet les quiso intercambiar territorio. Eran los días de Banzer. La amistad entre milicos preponderaba en América Latina, aunque nuestro alcohólico almirante Merino tratara a los bolivianos de auquénidos metamorfoseados y los crueles chistes de hombres rana buceando en el altiplano hicieran estallar de risa al generalato austral.

Pero los dos últimos gobiernos chilenos le dieron la espalda a la histórica demanda boliviana. El oportunista Piñera cerró la puerta y Bachelet le puso candado. Lo de Piñera era comprensible. El megalómano ex presidente no quería ser recordado como un cercenador de nuestro esmirriado territorio. No quería su futura estatua manchada con tinta de concesionista o traidor. 

Bachelet, en cambio, se aferró a una nueva postura, la de negarlo todo (aunque en su muy oculto corazón panamericanista anhelara lo contrario). Para ello puso a un duro en su cancillería, a un hombre de hierro como Heraldo Muñoz, para no abrir otro flanco de conflicto, porque necesitaba concentrar energías en su reforma tributaria y educacional. Al final ninguna de sus reformas ha sido muy efectiva. Los más ricos siguen con la servilleta puesta, eludiendo y concentrando riqueza, y la agobiada clase media le sigue pagando las malandanzas a la clase política, especie de onerosos espadachines de la oligarquía económica. ¿Y la educación? Pues no es ni será gratis en mucho tiempo. Quizás nunca. De tanto parchar lo andado, de tanto conceder calmantes al empresariado llorón, la reforma ha quedado casi igual a lo que había antes de toda esta alaraca.

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