Luciérnaga insomne


Observo pinturas de James Ensor, multitudes fantasmagóricas, máscaras payasas encubriendo lo miserables que seremos siempre. Lo hipócritas. Lo traidores. Ni siquiera es biología. Mera supervivencia. Simplemente es la gran mariconada evolutiva, la continuidad de una tragicomedia que ni siquiera es graciosa, el olvido premeditado de tantos dioses que se fueron de farra eterna. 

Büchner vivió tan poco, y John Keats, y Stephen Crane, y Jaroslav Hásek. La creación puede alcanzar su madurez tan rápido, y luego esfumarse como una gota de aspersor en el jardín del infierno. Es difícil saber en qué etapa creativa me encuentro. No sé si ya he dicho lo más importante, y el resto es solo jugar a los dados con cierta astucia. Lo importante también se disuelve. La banalidad rellena las horas. La levedad es una forma de sobrevivencia, un esmalte de insensibilidad para no morir desangrado. 42 inviernos cargan mis hombros, cientos de álamos fantasmales que oscilan de lado a lado, algo así como un desgastado bosque de libro infantil, un bosque que se difumina en la lejanía, con un primer plano de exagerados grises adultos, negra azulada medianía dickensiana, y al final, casi desapareciendo, un probable amarillo, una partícula solar dormida sobre una alfombra de heno o el asombro inútil de una luciérnaga insomne.

La memoria es una cartelera de fantasmas, de deseos que nunca serán satisfechos, un esqueleto triste de pura nostalgia.

Alguien llama...

Pintura: James Ensor

1 comentario :

  1. La mariconada evolutiva, nefasta casi siempre, se nos aparece a las tres de la madrugada con la copa vacía y el último petardo encendido en la siniestra.
    Abrazo amigo mío.

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