Tostadas con mermelada de mora


Días tibios. Remolinos de hojas amarillas. Pájaros estresados preparando su equipaje para emigrar. Las humaredas se multiplican tiñendo las montañas de un azul ceniza. Hay premura por preparar la tierra para la siembra antes que empiecen las lluvias. Ha empezado a helar por las noches. Asoman caminantes con bufandas y orejeras. Las chimeneas parecen calderas de ferrocarril transiberiano. Lo que quedaba del huerto se ha quemado con el hielo. Sobreviven apios y tomates tardíos que no tienen la prestancia ni el sabor de los veraniegos. El deshoje otoñal se ha generalizado. Manzanos y perales van quedando desnudos y los castaños se deshacen de sus cajetillas espinudas. 

Lecturas dispersas. Entusiasmo oscilante. Avanzo poco en cada libro. No soy capaz de concentrarme en Cortázar. Sí lo logro con Bashevis Singer y Harold Bloom. De este último, husmeo Dónde se encuentra la sabiduría. La defensa de Pascal, la desesperación de Eliot, el anhelo de Montaigne, leer y escribir en soledad para combatir la melancolía con sabiduría. Perdió tempranamente a su amigo Étienne de La Boétie, y luego no se arriesgó a tener otro. Bloom utiliza una buena imagen: a Montaigne no se le puede combatir porque es como tirarle granadas de mano a la niebla.

Hora de escribir. Los dioses humoristas parecen haberme bendecido con buen ánimo para el trasnoche. Antes de empezar, un café con miel y tostadas con mermelada de mora.


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