Literatura política

Si eres escritor y no eres indolente al devenir de los hombres, es imposible que el huracán político no te atrape tarde o temprano. Trabajas con ideas, eres hábil, tienes olfato de sabueso para captar la grandeza y la miseria en los demás, para captar sus luces y sombras, sus miedos y osadías, puedes esclarecer las ideas, manipularlas, tergiversarlas, y hasta convertirlas en una refulgente marca ideológica para tatuar el trasero de los asnos. 

Marzo de 2014. Ricardo Piglia decide no viajar al Salón del Libro de Paris por discrepancias irreconciliables con los organizadores. Intuye una emboscada político-cultural anti-kirchnerista en la capital francesa.

Mediados de 1970. Nicanor Parra, invitado por Pat Nixon, toma té con galletitas en la Casa Blanca. La intelectualidad izquierdista del continente lo moteja como un lamesuelas del imperialismo

La Habana, 1971. Jorge Edwards, a sólo tres meses de ser nombrado por Salvador Allende como embajador chileno en Cuba, es declarado persona non grata por el gobierno castrista debido a sus críticas al sistema cubano. Dos años más tarde publica su libro Persona Non Grata, que aunque extrañamente prohibido por el pinochetismo, será el libro de cabecera de no pocos adictos al régimen militar chileno.

1995. El poeta presidente serbio bosnio Radovan Karadzic, ya acorralado y sin posibilidad alguna de hacer realidad su sueño panserbio, ordena la masacre de Srebrenica.

Febrero de 1945. El soldado escritor Aleksandr Solzhenitsyn es apresado por escribirle a un amigo opiniones no excesivamente amigables sobre el camarada Stalin.

Febrero de 1860. Francis Bret Harte, establecido en Arcata, California, consigue un cargo temporal como editor de periódico. No tiene atribuciones para imponer una línea editorial, pero no puede callar ante la masacre de 60 indios Wiyota en la aldea de Tutulwat. Bret Harte asume el riesgo y describe en la editorial los pormenores de la masacre, dejando en claro la forma como los colonizadores blancos ejecutaron esa barbarie. Es amenazado de muerte y despedido. Debe abandonar la ciudad rumbo a San Francisco.

Otoño de 1949. Pablo Neruda, entonces senador, debe huir de la persecución anticomunista promovida por el gobierno de González Videla. Se disfraza de campesino, se deja crecer la barba, y así logra cruzar hacia Argentina por un paso cordillerano sureño. Luego, en su Canto General, describirá a ese presidente como un gusano traidor.

La lista es tan larga como los kilómetros del Amazonas, pero sólo estoy divagando desordenadamente. Luego arreglaré este estropicio. (texto en construcción)

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