Premura por llegar a tiempo


A veces suceden estas cosas. Como que el tiempo no va a alcanzar y todo debe hacerse con premura, con los dientes apretados, el corazón acelerado, las manos tiritando. Se bebe el café caliente como si fuera una cerveza fría, se revisa pornografía virtual como una sesión de kinetoscopio y los recuerdos se hacen zancadillas por tomar la delantera.

Puede ser el exceso de café, el mate amargo a toda hora, las hierbas que aromatizan el mate, los vinos en las tardes, la falta de sueño, el déficit de sexo, los pensamientos pecaminosos, la premura por avanzar en mis novelas, la añoranza excesiva de tantas personas, de tantos tiempos, el verano raído, la desesperanza…

Tomaré nuevamente una sobredosis de Philip Glass a ver si se aminora mi ansiedad. Las adicciones suman. Quisiera que siempre fuera otoño, que siempre hubieran manzanas maduras en el jardín, no seguir sumando días, no acercarme a la nada tan rápidamente.

Quizás debiera salir a correr a lo Forrest Gump, desde estas montañas hasta el Pacífico, ida y vuelta, una y otra vez, hasta que esta mierda de ansiedad se me quite de una vez por todas. Murakami lo propone como una terapia de sobrevivencia creativa en De qué hablo cuando hablo de correr. En La soledad del corredor de fondo, Alan Sillitoe plantea la carrera como una lucha de poder entre un airado granuja y el director de un reformatorio. La única forma que el joven tiene de voltear los acontecimientos, de conseguir un miserable triunfo en su vida, es dejándose perder, y así arruinarle el prestigio al director. Los valores no están por ningún lado y la honradez no es más que un cuento chino. Siempre estás solo, absolutamente solo, y hasta es probable que los que a veces te abrazan lo hagan para ahuyentar su propia soledad, y viceversa, como si fuésemos muñecos diseñados para utilitarismos amorosos.  A medida que avanza la carrera, el corredor de Sillitoe va tomando medidas para dejarse perder, y hasta llega a comprender algunas cosas: "...dobló metiéndose por una lengua de árboles y matojos donde ya no le pude ver, ni pude ver a nadie, y entonces conocí la soledad que siente el corredor de fondo corriendo campo a través y me di cuenta que por lo que a mí se refiere esta sensación era lo único honrado y verdadero que hay en el mundo, y comprendí que nunca cambiaría..."

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