Liebres en estampida

El sol de febrero se ha vuelto impresionista. La bruma devora los cerros hasta convertirlos en expansiones celestiales. El viento acarrea las primeras hojas secas y trae noticias aromáticas sobre duraznos maduros devorados por avispas.

Mi jornada creativa empezó a las seis de la mañana, cuando el sol aún se bañaba en el Atlántico y la luna bostezaba en el Pacífico. 

Mis escritos avanzan como liebres en estampida, demasiadas notas en distintas direcciones. Proyectos de novelas, títulos, imágenes, diálogos, nombres de personajes, de árboles, de laderas de montañas, todo debe recibir un nombre claro y contundente.

No tengo interés en narrar lo excepcional, lo pintoresco, lo raro, sino lo usual, lo corriente, lo que le pasa a la mayoría. Es allí donde está el drama, la rutina asfixiante, el fuego sexual, la intolerancia de los caracteres y ciertos asomos de felicidad. Ni siquiera debo esforzarme para encontrar un registro adecuado, o un tono original, pues mi mente procesa los datos caóticos y los convierte automáticamente en una arbitraria  forma de coherencia narrativa. El resultado de esa factoría podría considerarse como mi estilo.

Temprano me dediqué a buscar Réquiem por un sueño de Hubert Selby, en los sitios de descarga gratuita, pero sólo encontré The room, y creo que salí ganando. Llevaba años persiguiendo esa obra acerca de un delincuente iracundo que rememora su vida en la prisión mientras espera ser enjuiciado. Tiene leves semejanzas con Eloy, de Carlos Droguett. Sólo que en este segundo caso el protagonista repasa su vida mientras es perseguido.

Selby, muchacho polémico desde los tiempos de Última salida a Brooklyn, obra denostada y defendida con ardor, prohibida en Italia por obscena y violenta, y enjuiciada en Gran Bretaña por narrar tan explícitamente relaciones homosexuales, consumo de drogas, golpizas, asesinatos y violaciones colectivas. Entre los selectos testigos defensores de la obra estuvieron los escritores John Arden y Anthony Burgess. 

El hallazgo de Selby me sirvió además para bajar dos obras de Alan Sillitoe: La soledad del corredor de fondo y Váyase Guzmán, títulos tan atractivos en si mismos que me resultó imposible no husmear rápidamente en el conjunto de relatos que incluía cada volumen. 

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