Intolerable patudez

No solía recoger personas, y no era por falta de generosidad o por temor. Al fin y al cabo qué podían quitarme, mis tarjetas siempre estaban reventadas, mi reloj era taiwanés y el vehículo se adscribía al club de los espantamóviles. No recogía personas porque no quería que estropearan mi silencio, ¿de qué podía hablarles? No encuentro placer en hablar por hablar, menos en escuchar problemas de otros, o en comentar el clima. Preferiría la telepatía, que adivinásemos intenciones, que bastara una mirada. 

El hecho es que recogí a esa solitaria muchacha que perdió el último colectivo a la cordillera. Lo hice sin pensar. Sólo detuve el auto ante su requerimiento. Una vez a bordo nos quedamos mirando y nos reconocimos de inmediato. Era la desquiciada Alicia Cornejo, mi compañera de primaria y cómplice de mis primeros actos delincuenciales. Nos abrazamos como dos huérfanos que se reencuentran después de pasar mil penurias. Tenía algunas arrugas y estaba más gruesa pero conservaba intacta su risotada ronca de Nanny. De verdad me sentí alegre, pues no he tenido muchas amigas inmorales en mi vida. Me contó que estaba separada, que no tenía hijos y que trabajaba en Lan Chile. Le pregunté si llevaba mucho tiempo sin culear y me respondió "compruébalo". Nos reímos. No me sorprendió su respuesta. Ya en primaria tenía mente de pornostar, sucia, vulgar y festiva.

La tarde se desvanecía en violetas que teñían la campiña. Aceleré hacia los altos de San Fabián entre mugidos de vacas aburridas y campesinos sudorosos regresando a sus casas. Alicia parecía acalorada aunque estaba fresco. Se empezó a abanicar con Sale el espectro de Philip Roth que estaba sobre la guantera. Me pareció una intolerable patudez. A nadie más se lo hubiese permitido. Quizás con Capote o Houellebecq, pero no con Philip Roth. Cada uno tiene sus idolatrías. Le dije que la castigaría por eso, que había traspasado los límites de mi paciencia y que la llevaría a un sitio eriazo a darle unas buenas nalgadas. Puso cara de putita principiante sorprendida en falta.

En el desvío a Trabuncura le pregunté por su familia y por los eventos importantes de sus últimos 28 años. Fue breve. Dijo que le había ido como el culo en todo, que se le había muerto su hermano mayor y su padre, que su trabajo en Lan Chile era un pituto reciente y que sólo consistía en hacer el aseo por las noches.

Ya oscurecía y la luna creciente tomaba el relevo. Tomé varios desvíos hasta adentrarme en un camino de tierra rojiza. Detuve el auto y nos bajamos. Estaba silencioso y olía a quillayes. Me ofreció un cigarro. No soy fumador pero se lo acepté. Empezamos a caminar tomados de la mano, como cuando éramos pendejos y nos teníamos confianza. Desde entonces que nos sentíamos perdedores e inadaptados. No nos gustaba la forma como se privilegiaba a los chicos de  las familias ricas, así que nos apartábamos y respondíamos con insolencia si alguien nos llamaba al orden, pero igual la pasábamos bien a nuestro modo.

La tomé de la cintura y la atraje hacia mí. Su cuerpo estaba caliente.Tenía las mismas formas aumentadas por los años. Nos besamos como 28 años atrás, casi tragándonos, como caníbales sin modales. Mi miró con ternura y me sacó el rouge que había dejado en mis labios. Mientras lo hacía le desabroché el pantalón y la exploré con mis manos. Todo estaba en su sitio. Debo hacerlo, le dije. Ella entendió. Se terminó de bajar los pantalones y me ofreció su trasero. Fui clemente porque era mi desquiciada Alicia. Le di veinte caballerosas nalgadas por faltarle el respeto a Philip Roth. Luego nos pusimos al día en lo otro.

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