Mi opción política

Desperté a la historia crítica junto con la gran desilusión socialista, cuando Gorbachov no era más que el humilde fiduciario de un oso moribundo. Es decir, tuve que hacer camino al andar en medio de un mundo ideológicamente devastado.  Para los viejos estandartes del socialismo chileno fue una desbandada humillante, donde muchos tuvieron que correr a guarecerse bajo los aleros del neoliberalismo, jurando de rodillas que eran renovados, que creían en la propiedad privada, en el emprendimiento personal, en el libre comercio, en la usura bancaria, y que por tanto merecían el inmediato perdón de los empoderados, pues habían sido infantilmente obnubilados por una ideología impracticable.

 Quizás por eso no seguí esos pasos. Porque ningún joven quiere volver sobre los pasos de los perdedores, y menos aún de los que se avergüenzan de lo que fueron. Es cierto que hubo excepciones, pero la gran legión de la izquierda derrotada por la dictadura se recicló rápidamente, vinculándose al mundo empresarial  y a la nueva política muy bien pagada de los consensos conservadores.


Los que no se subieron a ese barco continuaron luchando a pulso desde una periferia silenciada por los medios, repitiendo las ritualidades quejumbrosas de la vieja izquierda, las consignas huecas, las letanías musicales, los puños en alto, como estatuas móviles de una época raída. Yo no quería ni lo uno ni lo otro, porque venía de muy abajo, donde siempre se cocieron habas e injusticias, donde la anhelada hermandad de clases estaba envenenada por envidias de bajo aliento, donde las traiciones y costumbres inquilinas revolvían el gallinero de la paciencia, donde todo era muy precario y donde confiar significaba perder.

Aún así creía y hasta sigo creyendo en la posibilidad de construir sociedades fraternas, colaborativas e incluso alegres. Llego a inventar artilugios para fortalecer esa creencia. Ensamblo ideas, deporto prejuicios, disciplino el pensamiento, le gruño al egoísmo. A veces siento que avanzo y que hago avanzar a otros. Adhiero a los que percibo en la misma dirección. Intento no retroceder. Aunque en ocasiones todo se oscurece, los GPS se desconciertan y los ánimos se adormecen bajo humaredas negras, pero igual se da otro paso, y otro paso, y otro paso, hasta que los colores recobran su intensidad y el sol acaricia los párpados, y en la noche, ya muy cansado, procuro guardar con mucho cuidado ese sueño cándido en el saco roto de la condición humana.

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