Siempre elijo el vino

Hoy almorzamos estofado de pavo con chuchoca. Calórico y contundente menjunje para combatir el frío. El temporal no ha cesado en dos semanas. Los potreros están rebosantes de agua y nuestro último árbol de granadas está en el suelo. A mamá se le acaba de cortar el tv cable y tiene un pequeño drama. Aprieta botones con desesperación a ver si logra dar con el que le devuelva su amada tv. De cualquier forma es bien poco lo que ve, porque se queda dormida al par de minutos de sentarse. 

Traje un tazón con té rojo y un frasco de miel a mi habitación. Como llegué hace poco desde Argentina, he tenido que reordenar momentáneamente mis pertenencias en cajas. Zapatillas en una, ropa de salida en otra y la ropa de trabajo, que es la que más uso, la dejo en un colgador junto a mi cama de fierro. Intenté traer un enorme ropero que sigue en el corredor del sur, pero se necesitarían por lo menos cinco hombres para moverlo. Creo que deberé romper la muralla y abrir una puerta especial desde mi habitación. Me gustan los muebles antiguos. Puedo convivir con los recuerdos que los envuelven, con ese barniz de vida que dejaron los antepasados.

He ido juntando los libros viejos que andan esparcidos en cajones y baúles desde hace décadas. Quedan pocos pero no los dejaré convertirse en polvo desmemoriado. Desmembrados Readers Digest, biblias marcadas hace cien años, libros de cocina de los años 30, novelas muy impopulares y textos escolares de esos años en que aún quedaban buenas intenciones. Tengo deseos de leer. Mi vista parece mejorar. Las breves crónicas de Enrique Lafourcade siempre vienen bien. Precisas, sabrosas, tocando los más variados temas. Me atrapó una evocación sobre Gabriela Mistral. Lafourcade la intentó retratar humanamente: “Una vieja humana, de sahumerios y calambres, buena para el mate y el brasero, peladora y envidiosa”.  El sentía que mostrando el conjunto de sus cualidades la volvía más digna de la admiración de sus lectores.  “Sólo quiero que la vean como es, que no me la conviertan en golondrina”, aducía en su defensa el autor. Pero bajarla del pedestal le significó en su momento una hoguera personal. Ardió Troya en las letras chilenas y se le fueron encima todos los muchachos que decían que Gabriela era inmaculada. Más tarde avancé en un texto de Zizek. Más bien, en su alocución en la Universidad de Buenos Aires. Ahí quedé, luego me llamaron a compartir un trago, sopa caliente, programas estúpidos y ya nos dio el trasnoche. Elegí el vino por sobre el pisco. Siempre elijo el vino.

Imagen: Bernard Buffet

2 comentarios :

  1. Siempre me llevas de vuelta al hogar, y todo se me hace más intenso ahora que estoy tan lejos.Hablas de esos viejos libros que ahora son "innecesarios" y me recuerdas el motivo por el que junto al pais deje la enseñanza, ya vez, las dictaduras a veces las votamos,y eso es más triste.Con ganas de compartir vuestro vino y cielo.Con cariño grande.Un abrazo.

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  2. Yo tambien amaba esas crónicas tan agudas,aunque no te niego,me costaba leer el diario oficial.Qué gran retrato de la Gabriela,íntimo,divertido,obviamente no para tontos graves,lei que hay un fanático que la cataloga de "Santa".Seria interesante tener la primera Santa lesbiana del mundo,y ver la cara de Este viejujo al momento de ser ungida.Ahh y las selecciones del reader diggest...mi Padre las compraba y yo las Leia todas.Despues un hermano las desapareció de casa por "reaccionarias y capitalistas".No sabia que un Hecho tan desagradable con los años se iba a convertir en algo comun.

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